Iglesia, conciencia y moral

Vivimos en tiempos en que ese sentido universal del bien y del mal se ha visto debilitado

En un penetrante artículo publicado hace unos días en estas mismas páginas, mi compañero y, sin embargo, amigo Manuel Bustos, nos exponía sus dudas sobre el perfil adoptado por la Iglesia en estos últimos años, y decía: "Cuando el hombre más necesitado parece de su palabra firme y coherente, la Iglesia da la sensación, deseando un acercamiento, de renunciar, yendo si preciso fuera contracorriente, a ese papel de liderazgo espiritual, apostando en cambio por un modelo líquido en paralelo con el social". Estas dudas pueden tener muy distinta respuesta desde la propia Iglesia, en la que se ha instaurado y ganado naturaleza un pluralismo sobre casi todo que reproduce punto por punto el que existe fuera de ella, pero no puede velarse a nadie que desde hace un tiempo se siente un fuerte desasosiego interno que se va extendiendo de forma especial entre los sectores más formados e informados. Un desasosiego del que, me temo, no están exentos obispos ni cardenales.

A nadie se le oculta el controvertido papel del papa Francisco en esta situación que, como mínimo, resulta alarmante. Su calculada ambigüedad, sus peculiares opiniones y sus no menos extraños silencios, producen perplejidad. Todo papa ha tenido admiradores y detractores, aunque la prodigiosa sucesión de grandes pontífices del siglo XX haya hecho surgir una cierta papolatría que poco tiene de católica. Pero todavía en 1870, alguien de tanta talla eclesial como el hoy beatificado cardenal Newman, podía escribir lo que sigue sobre el magisterio petrino: "El Papa ha obtenido hoy su posición y éxito en el mundo gracias al sentido universal del bien y del mal, a la conciencia de pecado, al remordimiento de la culpa y al temor del castigo como primeros principios firmemente asentados en el corazón de los hombres… Su raison d'être es ser el campeón de la ley moral y de la conciencia. La misma existencia de su misión es la respuesta a las quejas de quienes sienten la insuficiencia de la luz natural, y la insuficiencia de esa luz es la justificación de su misión".

Sin duda, vivimos en tiempos en que ese sentido universal del bien y del mal se ha visto debilitado. La tentación puede estar en creer que ello exime a la Iglesia de la defensa a ultranza de "la ley moral y de la conciencia" para complacer a un mundo que aborrece a quien le habla de culpa, arrepentimiento y castigo.

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