Cuarto de Muestras

Idos

Cuento esto porque ya están afilando el lápiz los manipuladores de la historia

El ciego sol se estrella/en las duras aristas de las armas, /llaga de luz los petos y espaldares/y flamea en las puntas de las lanzas. Así comienzan los archiconocidos versos de Manuel Machado de su poema Castilla, inspirados en El Cantar del Mío Cid, primera obra poética extensa de la literatura castellana.

Se habla estos días con frivolidad de destierro, de exilio, de fuga, de extradición, de estrategias judiciales y a mí sólo me vienen a la mente los versos del cantar de gesta de 1200, quizás porque detrás del personaje venga la leyenda. La historia contada pocas veces se aviene a la realidad.

Volviendo al Cid Campeador, a Rodrigo Díaz de Vivar, a su verdadera biografía y no al cantar épico que lo consagró como héroe nacional, nos encontramos con un mercenario de la reconquista, un campeador (experto en batallas campales) que sufrió, no sólo uno sino varios destierros y que sirvió a diferentes caudillos tanto cristianos como musulmanes en su propio beneficio. Poco que ver con el héroe incomprendido, con el ganador de batallas tras haber muerto, episodio fruto de la fantasía de juglares y trovadores. Lástima porque la historia es preciosa.

Cuento todo esto porque ya están afilando el lápiz los manipuladores de la historia, aquellos que necesitan teñir de fantasía la triste realidad de los hechos. Puigdemont, no se rasguen las vestiduras, está puliendo su tosca madera de héroe para cronistas: el falso destierro con alguno de los suyos, la añorada persecución que por fin se produce, el divertimento de la justicia española atravesando fronteras más propicias, la extravagancia del neerlandés para escoger un juez adepto a la causa y dilatar tiempos. El Cid cabalga.

Como cronista, voy a intentar desacreditar la parte que me corresponde de su memoria. Más que al Cid, Puigdemont me recuerda a El Lute, delincuente común, celebérrimo por sus múltiples fugas, la más famosa, la que protagonizó mientras barría la cárcel. Metafórica manera de alcanzar la libertad, barriendo.

Vuelvo de nuevo a los versos de Manuel Machado porque Cataluña es esa niña muy débil y muy blanca que espera en el umbral. Es toda ojos azules; y en los ojos lágrimas. Pero no se atreve a pronunciar los versos más bellos del poema, escritos no desde la épica, sino desde la penosa realidad: "Idos. El cielo os colme de venturas…/ En nuestro mal, ¡Oh Cid!, no ganáis nada". Yo no le haría volver, le prohibiría la vuelta.

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