Ida y vuelta

Escribir para provocar o enfadar a posta el lector es fácil, pero enfadoso y, encima, ese enfado no vale

Hace poco leí el consejo de un prestigioso articulista de cuyo nombre no logro acordarme. Decía que un columnista comme il faut tiene que enfadar cada día a un 25% de sus lectores, con la condición, además, de que ese tanto por ciento resulte rotatorio, que no sean siempre los mismos. Si olvidé el nombre del gurú no fue porque su consejo no me pareciese brillante, sino porque lo vi imposible para mí. "Agua que no bebas, déjala correr", me dije.

En efecto, un escritor tiene que mantener una independencia de criterio suficiente como para poder salirse de lo esperado de vez en cuando. O mejor aún: ha de mantener un 75% de coherencia que no impida un 25% de sorpresa. En el columnismo, la personalidad es una herramienta de trabajo y se demuestra tanto reafirmándose en unos principios inamovibles como saliéndose de los finales consabidos.

Eso ya es bien difícil, pero todavía más enfadar a nadie. Porque no se trata (quiero pensar) de enfadar a posta poniéndose tremendo, ensayando posturitas, insultando al contrario o escribiendo palabrotas. Enfadar por enfadar es fácil, pero enfadoso. Habría que enfadar sin querer, lamentándolo de corazón. Se escribe para salvar el desacuerdo y convencer al lector o, al menos, para transmitir que, aunque no se piense lo mismo, pensar diferente es una posibilidad sensata.

Más complicado es que alguien que se enfada vuelva mañana. Somos más de coger manías personales. Ser capaz de aplaudir de verdad al que el día anterior te irritó de veras exige una flexibilidad milagrosa.

Lo explico tanto porque ha sucedido. Mi artículo sobre el riesgo que el feminismo radical supone para una visión caballerosa de la vida molestó bastante. Dos lectoras hasta tuvieron la amabilidad de venir a afeármelo a la cara. Yo no estaba contento, porque, aunque no escribo para contentar a todo el mundo, tampoco, ya digo, para enfadar a nadie. Pero qué le íbamos a hacer, si pensaba lo que pensaba y eso mismo había escrito.

Lo pasmoso es que, al día siguiente, ambas, que no se conocen de nada ni tienen -feminismo aparte- demasiado en común, elogiaron mi artículo, que naturalmente hablaba de otra cosa. Quedé deslumbrado. Porque le vi una posibilidad real a la frase del enfado rotatorio y, sobre todo, porque el feminismo que puede acabar con la caballerosidad la ejercía, para mi asombro y disfrute, a la perfección conmigo. Ellas me permitirán, supongo, esta reverencia.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios