Cádiz y su Bahía se llenaron de humo y ceniza. Como un reflejo del sino de una ciudad que con frecuencia se consume por los rescoldos de incendios que no ha iniciado, el cielo se oscureció y el paisaje quedó a merced de un viento que arrastró por la costa las huellas del desastre que se vivía en la vecina Huelva y en el entorno de un paraje natural único y tan cercano como es Doñana. Así es a veces Cádiz, el rincón que se quema por la llama que prenden quienes están interesados en enfrentar a los gaditanos; la ciudad que se asfixia por tantas cortinas de humo que sólo buscan entretener y desviar el punto de mira hacia cuestiones que nunca serán prioritarias; la Bahía de los grandes proyectos que acaban en ceniza antes de que se pongan en marcha. Cádiz mira al cielo ennegrecido y respira desconfiada en medio de un olor a quemado que sabe que no se irá ni aunque abra todas sus ventanas.

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