De poco un todo

Enrique García-Máiquez

Huelga vieja

CUANDO murió mi madre, sentí que me dejaban mi memoria entre las manos, que todo mi pasado dependía ya de mí. Yo, que hasta entonces me había centrado en celebrar, entusiasta, que el presente es un regalo, me encontré de pronto en la tesitura de tener que escribir elegías. La otra noche hice una sobre la casa de mi abuela paterna. Tengo serias dudas de que valga cómo poema. Aunque suene a paradoja, me falta experiencia en el trato con el pasado.

En cambio, los versos me trajeron un recuerdo de cierta actualidad. Mi abuela tenía una panadería, heredada de sus abuelos, por lo menos. Los hornos estaban en la parte de atrás de la casa, que era inmensa; aunque un tanto destartalada, advierto, no me vaya a cobrar ahora Griñán sus impuestos a los ricos con efecto retroactivo-genealógico, que los socialistas están a la que salta. Mi abuela se había quedado viuda muy joven y había sacado adelante su empresa contra viento y marea. Pero a principios de los 80, el viento arreció. Había una crisis muy grave y mucha conflictividad social.

Los trabajadores se declararon en huelga y la familia decidió hacer el pan por nuestra cuenta y riesgo. Pasamos un buen puñado de noches en blanco, trabajando en la panadería. Yo entonces tenía diez años y mi recuerdo de todo aquello es difuso y, sobre todo, romántico. Imagínense la felicidad de los primos, trasnochando, sintiéndonos los defensores de la abuela, cubiertos de harina, asomados a la boca roja de los negros hornos, rodeados de un maravilloso olor a pan recién hecho, comiendo los bollos a los que nosotros, jugando, habíamos dado formas diversas…

Jaime Gil de Biedma, al formular su recuerdo de la guerra civil, confiesa que para él fue como un billete de vuelta al siglo XVI (banderas, discursos, tenientes de brazo en cabestrillo) y que qué niño no lo acepta. Para el niño que fui, nuestra reacción familiar fue un billete de ida a la sociedad artesanal del siglo XIII, por poner un siglo que nos evoque algo así como el eco de un castillo encantado… y sitiado.

Con el tiempo, Gil de Biedma cambió mucho su idea de la guerra civil. Mi idea de la problemática laboral ha cambiado también, por supuesto, pero lo que vi entonces lo sigo teniendo claro. No dudo que las reivindicaciones de los trabajadores de mi abuela fuesen justas o, como poco, convenientes, pero el hecho incontestable es que la panadería quebró, y que ellos acabaron en el paro, por desgracia.

Yo no soy empresario ni tengo perspectivas ningunas de serlo, pero sé que los empresarios trabajan como pocos, arriesgan como nadie y pagan los salarios a fin de mes. Se avecinan, dicen, huelgas, protestas, decretos y demagogia a mansalva. Ojalá que no confundamos los enemigos ni la clase de lucha que nos espera. No se trata de enfrentar a empleadores y empleados, sino de emplearnos a fondo: de afrontar la crisis y de enfrentarnos al paro. Y ganarle.

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