Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Hojas de mora

MI lector me mima. Una vez conté aquí mi propósito de trasegar una botella de borgoña y a los tres días recibí un vino extraordinario, que trasegamos, en efecto, brindando por Francia, como era mi propósito inicial, y por el lector proactivo, sobre todo. Otra vez hablé de un libro que no encontraba y lo recibí por paquete postal anónimo. Ahora, columnista tan consentido, pido descaradamente. Necesito un lector o una lectora con una morera en su casa.

Mi hija ha roto en criadora de gusanos de seda. Se llaman "gusanos", pero son voraces anacondas del tamaño de mi antebrazo que devoran hojas de mora al ritmo que los políticos hojas del BOE y Pablo Iglesias primeras páginas de los periódicos y prime time de La Sexta. La niña ha salido socialdemócrata y la misión de su vida es que no les falte ni gloria a los gusanos: hemos de subsidiarlos continuamente.

Pongo el plural porque ella lo exige. Pero el que busca las hojas soy yo. En principio, no tenía inconveniente. Todo lo que me haga levantar la vista, andar observando árboles y recordar los viejos tiempos de mi infancia me tiene a su favor. El problema es la puesta en práctica.

Deduzco que hay más padres cuyas hijas crían amorosamente gusanos de seda. Los árboles a diez kilómetros a la redonda han sido pelados sistemáticamente. Si no he visto a los otros progenitores, no me extraña, porque yo también busco las horas más discretas y, cuando siento que se aproxima alguien por la calle, me pongo a disimular, silbando o atándome los cordones de los zapatos, como un espía del CNI.

Uno no tiene muy limpia la conciencia, pelando los árboles del prójimo. En cualquier momento va a salir el dueño del moral, como en la canción de Vamos a contar mentiras y me va a afear lo de las avellanas. Pero es que encima, como las hojas más a mi altura ya fueron devoradas por nuestros gusanos o por los de otros, tengo que pegar ridículos e inútiles saltitos debajo del árbol con los bracitos extendidos. Tengo las rodillas destrozadas, a la altura del amor propio.

Por una hija se hace lo que sea. Cuando paseen, si ustedes se fijan en las moreras, verán un monumento deshilachado del amor paterno. Por las copas, sin embargo, y por la parte de dentro de las casas, siguen muy frondosas, incitando mis deseos más salvajes. Y por eso pido ayuda. A ver si salvamos el último estirón de los gusanos, hacen el capullo de una vez y dejo yo de hacerlo.

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