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de poco un todo

Enrique / García-Máiquez

Hacernos los suecos

No por afición: son nuestros políticos autonómicos los que han dado la última vuelta de tuerca para hacernos los suecos con todas las de la ley. Todas las de la ley fiscal. Andalucía, imparable, ha alcanzado el mismo nivel impositivo que Suecia, el mayor de Europa. En impuestos vamos a la cabeza. De cabeza, porque ya veremos que los impuestos no traen cuenta, aunque de momento me hayan traído a la memoria el origen de la expresión "hacerse el sueco". Surgió justo en esta Andalucía recurrentemente nórdica, quién lo diría. Fue a principios del siglo XIX, cuando los españoles éramos aliados de Napoleón contra Inglaterra, que es otra recurrencia sin remedio, visto el peñazo del Peñón. El enemigo era nuestro mejor cliente de vinos de jerez. Por eso, aunque las relaciones comerciales estaban legalmente rotas, los barcos ingleses, al acercarse a la Bahía de Cádiz, cambiaban su pabellón por una bandera sueca y entraban a puerto y firmaban sus contratos haciéndose literalmente los suecos. Todo el mundo sabía lo que eran, pero los españoles a su vez se hacían los suecos, ya metafóricamente. Felices tiempos en que lo de hacernos los suecos era para vender buen vino, y no para dejarnos tiritando. Quitando el recuerdo histórico, la cosa pierde su encanto. Si al menos nos diesen los servicios públicos de Suecia, todavía; aunque ni así querría sus impuestos, porque creo en la eficacia de la libertad y en la responsabilidad de la economía familiar. Ésa que están laminando, entre derroches, corrupciones, impuestos y recortes salariales. El coste privado cada cual lo sufre en carne propia (qué le voy a contar a usted), pero más graves aún serán las consecuencias sociales. Con la consunción del consumo, la evaporación del ahorro y la reversión de la inversión, la economía entrará en un círculo vicioso alrededor del punto muerto. Mientras nos hacen los suecos a la fuerza, los políticos se hacen los suecos a la clásica. Griñán nos aplica lo que prometió que no, Valderas anuncia movilizaciones contra lo que firma, y Arenas se pone muy crítico cuando su partido hace tres cuartos de lo mismo. Qué tropa. Se bajan módicamente sus salarios y hacen gestos a la galería, pero a saco no entran en lo suyo ni en lo de los sindicatos, que todo queda en casa. Las cuentas hay que equilibrarlas, desde luego, pero hay maneras mejores. Entre ellas, permítanme proponer una ejemplar. Como hay una férrea disciplina de partido y cada diputado vota lo que manda el jefe, podríamos prescindir de tanto culiparlante y dejar a los portavoces con un voto ponderado según su resultado en las urnas. Eso para empezar, y no sólo por dar ejemplo, sino porque, para la economía de todos, es mucho mejor reducir el sobrepeso de los partidos políticos que rematar a las clases medias. Pero no caerá esa breva. Algo huele a podrido en Suecia. ¿O era en Dinamarca? En cualquier caso, es aquí.

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