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La tribuna

José Luis Valverde

Hace sesenta años

HOY se celebra el Día de Europa. Este año tiene una especial significación. Coincide con la celebración del 60 aniversario del Congreso de Europa, celebrado en La Haya, en 1948.

Fue el auténtico origen de lo que es hoy la Unión Europea. Supuso la culminación de los esfuerzos de la llamada "generación de inconformistas europeos", para superar las devastadoras guerras en Europa, creando instituciones supranacionales, realmente revolucionarias bajo el punto de vista constitucional y político.

Mayo de 1948 fue para los europeos el tiempo de las ilusiones. La participación fue impresionante. Ochocientas personalidades pertenecientes a la casi totalidad de los países europeos libres, representando a todos los sectores de la opinión pública, de la vida social, cultural, intelectual y artística.

El Congreso fue presidido por Winston Churchil y, entre los asistentes, se encontraban doce antiguos presidentes de Gobierno, sesenta ministros, doscientos diputados de los diferentes Parlamentos nacionales y otros seiscientos delegados de 25 países. Personalidades como Adenauer, Anthony Eden, Daladier, Bertrand Russell, etc. participaron en los debates. Se trataba de perfilar no solo una Europa "unida", sino también una Europa "nueva".

Los nombres de Alexandre Marc, E. Mounnier, R.Aron, Denis de Rougemont, Henry Brugman, Altiero Spinelli, y otros, fueron los auténticos activistas intelectuales que consiguieron concitar la convocatoria de representantes de toda la sociedad europea, al más alto nivel. El español Salvador de Madariaga tuvo un especial protagonismo en la ponencia cultural.

Fue una iniciativa de las fuerzas sociales, por encima de las anquilosadas estructuras de los gobiernos, representantes de un sistema superado, que conducía, inevitablemente, a los enfrentamientos y las guerras periódicas. Frente a la dialéctica de los enfrentamientos y la exclusión se imponía la dialéctica de la complementariedad. Había que superar las estructuras del Estado-nación y las soberanías absolutas, lo que conlleva la superación del nacionalismo, causa de las exclusiones, las guerras y la xenofobia.

Se imponía poner en marcha estructuras federales de integración, que hicieran posible ejercer competencias limitadas, pero transcendentes, en ámbitos claves de Gobierno.

Se discutió un proyecto, simple y preciso, de una Constitución para la Federación europea y una Carta de Derechos fundamentales, entre otros documentos esenciales. Dichas propuestas han orientado los trabajos de la construcción europea desde sus orígenes hasta nuestros días y son guía para evitar desnaturalizaciones en el futuro.

La convocatoria constituyente para una Europa federal, que es lo que pretendía el Congreso de la Haya, de 1948, no consiguió sus objetivos esenciales. Pero fue un revulsivo político para forzar a los gobiernos a buscar bases institucionales y políticas de encuentro. Los Grupos europeístas de todas las tendencias se agruparon en el Movimiento Europeo.

No nació una Europa federal como soñaron sus promotores y hubo de contentarse con la creación del Consejo de Europa y el nacimiento del Alto Tribunal de Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo.

Después, el 9 de mayo de 1950, Robert Schuman haría su famoso llamamiento para la construcción europea. Fecha que conmemoramos como Día de Europa. Fue la respuesta supranacional, en el ámbito económico-político. Quedó reducida a la Comunidad Económica del Carbón y del Acero, con su Asamblea Parlamentaria Europea, antecedente germinal de la posterior Comunidad Económica Europea y del Parlamento Europeo.

En este marco y con esta ambición europeísta deberían conducirse los próximos debates en nuestro Parlamento, para la ratificación del nuevo Tratado de la UE, firmado en Lisboa, el año pasado. Es importante que el debate se haga en profundidad. Es inaceptable que se secuestre con frases o posiciones estereotipadas, carentes de todo sentido ni realidad. El contenido es complejo, pero lleno de realidades y excepcionales expectativas.

No se puede olvidar de dónde venimos y adónde vamos. Todo partió del impulso creador del Congreso de La Haya. Las ideas se concretaron en instituciones y principios conformadores. Europa, aunque de forma limitada, estaba en marcha. Le esperaba un largo camino, pero las ilusiones eran fundadas y se podía seguir mirando alto y cada vez más lejos.

Sesenta años después, la UE es una espléndida realidad política, económica y humana. Ahora bien, nadie debe olvidar que es un proyecto en marcha y que nos esperan nuevos desafíos. Para poder seguir afrontándolos necesitamos seguir apoyándonos en los fundamentos de la integración europea como comunidad de Derecho y de valores. Con ese fin y esa esperanza, el Congreso de la Haya 2008 debería constituir un nuevo impulso integrador. Merece la pena seguir apostando por esta hermosa realidad.

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