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Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Grazalema-Guadalete

Hay toda una declaración de intenciones en celebrar los 40 años de un colegio (en este caso, de dos: el de chicas, Grazalema, y el de chicos, Guadalete) con unas jornadas internacionales sobre innovación. Lo obvio hubiese sido centrarse en la memoria y hasta un poquito en la nostalgia. Hemos salido de sus aulas miles de alumnos que, porque son colegios que reciben niños de toda la Bahía y del Marco de Jerez, nos hemos derramado por la provincia y mucho más allá. Están también los padres de los alumnos, que han conocido los colegios de otra manera, pero igual de importante; y los inolvidables profesores y otros profesionales que trabajan o trabajaron allí. Anécdotas y testimonios, desde luego, no faltarían.

Sin embargo, los colegios han querido celebrarlo en el Palacio de Congresos de Cádiz estudiando y trabajando, no con una fiesta o un homenaje. Es su estilo. El sábado, ante 600 asistentes, se analizaron a fondo los retos de la educación del mañana. Alguien tan conservador como yo hubiese tendido a conmemorar el pasado. La tradición es importantísima en los colegios porque la educación es transmisión. Fíjense en las grandes escuelas inglesas y cómo cuidan sus raíces, sus formas y sus ritos con fervor casi sagrado. Pero alguien tan inglés (de elección) y tan conservador (de verdad) como T. S. Eliot me sopla al oído el secreto: "El tiempo presente y el tiempo pasado/ están presentes en el tiempo futuro".

En efecto, los 40 años reviven en su capacidad de informar el hoy y de encarar lo que viene. La innovación no es sino la tradición en movimiento. Además, 40 años no es nada. La auténtica tradición de Grazalema y Guadalete, como la de cualquier institución escolar, son miles de años: la gran cultura occidental, clásica, judía y europea. Sin desdeñar el indispensable inglés, los alumnos requieren otro bilingüismo, el que permite vivir en conversación con los maestros del pasado y traértelos al hoy y al mañana. Y todavía, por encima, para los cristianos, como en el caso de Grazalema y Guadalete, y de tantos otros colegios, incluidos los públicos si los alumnos eligen religión, queda aún otro bilingüismo: el que te ayuda a entender los gemidos inefables del Espíritu de los que hablaba san Pablo.

Gracias a ambos se alcanza, como proponía Eliot, a "aprehender el punto de intersección de lo intemporal/ con el tiempo", culmen de toda educación, la innovación eterna.

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