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Tinta china

Enrique Alcina

Grandes marrones de la literatura

Ha llamado Paul Auster preguntando por Franquito. "Dos veces ha pagado Franquito el pato, como algunos de mis personajes", soltó de primeras este escritor tan austero. Y el encargao de la tinta china le contestó que fueron los duendes de la tecnología pu(n)ta, que el titular que correspondía ayer en verdad, "Grandes marrones de la literatura", aludía a su gran enemigo, el sieso e intrigante Dan Brown. Y al final, el marrón se lo comió Franquito, pobrejito. Y al final de los octavos, de los cuartos y de la semifinal tridimensional, llegó la gran final, la noche del oráculo. "Tengo entendido que en Cádiz los poetas escriben pa que les den un premio". No, espérate, van a escribir por amor al arte como usted, chufla. En Cádiz se escribe por necesidad, de toda la vida, y al concurso se apunta uno pa ganar ¿no?

Pa que no pierda puntada desde su New Jersey natal, con la rebequita puesta, de lo que esta noche brindará al mundo el palacio de la luna, le endiñamos el tocho "La trilogía de Cádiz". Y le aconsejamos que en sus próximas novelas se meta con Jerez, "para parecer gaditano de los pies a la cabeza", autocrítica con retranca made in Love.

Tan ilustre juntaletras, maestro en el arte de transformar lo cotidiano en extraordinario, mediante bifurcaciones de ratitos dispares que componen una obra sencilla construida con una compleja estructura narrativa, morirá en el Falla. Mismamente. La hermosa e insospechada musiquita transportará al gachó a un mar con dos caras en un tango orquestal, hallará sentimientos encontrados en un pasodoble de los Lerendas o un suave balanceo a bordo del vaporcito, entre El Puerto y Cai chiquito. "El mar, la mar ý, me suena a Alberti" ¡Premio!

El libro de las ilusiones se abre a la percepción cada año para largar fiestas sobre lo divino y lo humano, señor Auster. O como se llame. Oferta espacial: viaje al país de las últimas cosas y comprobará que el pueblo soberano persuade a sus fantasmas interiores con lindas coplas elocuentes y ampulosas. Siga la línea carmesí, y en el corazón de la calle del arte peatonal recorra la historia del coro genuino, las huellas de las comparsas lisonjeras y el ritmo contagioso de los juglares supersónicos. A la velocidad de la luz de Cádiz se escriben cuplés de actualidad, como el último tomatazo a Paquirrín de los Pito-risas o la quiebra definitiva de la familia según el cuarteto del Gago. Un niño con el brazo roto, una niña con la cadera partía. Se está perdiendo tó. De primera mano, conocerá el espectador las mejores chanzas, la maldad intrínseca, la ironía verdadera y las imágenes que las voces de Cádiz sugieren a bombo y platillo. Un poné, un monigote con bigote, adivinen la foto en formol del presi que la formó con sus riñas y embustes. ¿Aznar? ¡Premio!

Más internacional que el premio Planeta, Cádiz relata vicisitudes tan universales como personales. Aquí se canta a la Onu y al padre del Remolino. Aquí se montan en lo alto de David Meca diez o doce moritos pa cruzar el Estrecho y se da vía libre al surrealismo terapéutico. Aquí Paul Auster escribiría dos o tres trilogías acerca del milagro de la vida submarina, alucinaría con la guerra mundial revisitada con "mucha poca vergüenza" por cuatro tíos como trinquetes capaces de rimar vía satélite, cavilaría en torno a los vericuetos psicosomáticos de gente tan simple y tan rara a la par. Pediría socorro a sus musas de cabecera. Tequiyá.

Paul Auster ya sabe que la trilogía de Cádiz, ambientada en la música del azar, se sustenta en la poesía popular, el capillismo ilustrado y la religión del fúrbo. Ya ha escuchado la copla de unos bichos que reclaman un presidente que sienta los colores, y ha preguntado por Muñoz y Baldasano, grandes tunantes de la literatura gadita, autores al alimón de una tragicomedia dantesca que a Paul Auster, que se sepa, ni le viene ni le va. Pero el Carnaval le va a molar. Ya verán. Y le oirán cantar aquello de "¡Esto es Brooklyn y aquí hay que mamar!".

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