Columna de humo

José Manuel / Benítez Ariza

Graciosos

LEO en la página de economía de este periódico dos noticias aparentemente contradictorias: una asegura que tres de cada cuatro empleados en España sufren estrés laboral; la otra, en cambio, anuncia que se está poniendo de moda fomentar la risa y el buen humor en las empresas, y que algunas exigen ya que sus directivos sean gente divertida. Me imagino a uno de esos directivos graciosos haciendo su entrada en la oficina: va silbando una canción, hace un paso de baile para colgar el abrigo, remata el gesto con una reverencia y un tachán, como los presentadores marchosos, y luego, antes de dar las órdenes del día, cuenta un chiste de Jaimito. Me imagino las caras de los empleados (recuérdese: uno de cada cuatro padece estrés), y casi me parece oír el rechinar de dientes, apenas disimulado por la risa estridente del pelota de turno… Leo también los nombres de las empresas que se han apuntado a esta metodología novedosa: un banco (ya se sabe la gracia que rebosan los bancos), unos grandes almacenes (donde, como es notorio, las condiciones de trabajo favorecen la felicidad de los empleados), una compañía aérea (una de ellas, recordarán, hizo gala de su excelente sentido del humor animando a sus bellas empleadas a posar en bikini para un almanaque promocional). En ninguno de esos sectores, como todo el mundo sabe, existen tensiones laborales, ni ajustes de plantilla, ni contratos basura. De ahí que tengan esas ganas de diversión.

Y lo que me extraña es que la Administración no se haya apuntado a esta moda dicharachera: que no ande ya buscando directores generales chistosos, jefes de línea dotados para la imitación y la caricatura, supervisores que lleven una nariz de payaso en el ejercicio de sus funciones… No hace mucho, leíamos que es precisamente en la Administración pública donde más abundan las denuncias por acoso laboral. Lo que quizá se deba, digo yo, a que los empleados no han desarrollado aún el sentido del humor necesario para apreciar los sarcasmos de los jefes, la preferencia de éstos por sus acólitos y enchufados, o lo divertido que puede llegar a ser el trabajo cuando quien lo organiza y dirige consigue convertirlo, a fuerza de órdenes contradictorias y absurdas, en un gracioso galimatías sin sentido.

Mientras llega ese momento, en fin, hago votos por que mis jefes no me animen a cantar o a pronunciar monólogos humorísticos en las reuniones de trabajo. Lo confieso: soy un tipo soso y desabrido, y tengo el mal hábito de reírme sólo entre mis amigos e iguales, y de relacionar la felicidad, que es plenitud y libertad, con la intimidad y el ocio. Y estoy seguro de que quien disfrute de éstos (lo que no siempre es posible, en las condiciones actuales del mercado laboral) lucirá un excelente sentido del humor incluso cuando trabaja. Aunque el jefe tenga cara de enterrador.

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