de poco un todo

Enrique García-Máiquez /

Gracias a Grecia

ALGUNOS de los problemas originarios de Europa, aunque ahora sólo hablamos de los económicos, son sus dudas de identidad y la falta de sentimiento de pertenencia. No hay de qué extrañarse: tantos siglos de guerras pesan lo suyo y la barrera del multilingüismo -siendo una indudable riqueza cultural- nos resulta casi insalvable. También existe una saturación administrativa (ayuntamientos, mancomunidades, regiones, estados) que deja poco espacio para una nueva entidad política.

Al otro lado de la balanza, está la unidad de su cultura, la occidental, y la necesidad perentoria de unirse para tener peso en un mundo que se encamina a pasos agigantados a una geopolítica de grandes potencias, donde el tamaño del territorio y, sobre todo, de la población son factores determinantes. Hay dos reflexiones que hacer sobre esto, que nos llevarían lejos y que sólo dejaré apuntadas. ¿Hasta qué punto la falta de fe en la cultura occidental y esos complejos de culpa y la renuncia a la herencia judeocristiana y esta nula consideración por los estudios clásicos no son una inmunodeficiencia adquirida? Y ¿cómo es posible que todavía el progresismo defienda las políticas antinatalistas cuando estamos comprobando en nuestras propias carnes que la población es, por sí misma, un elemento fundamental en la generación de expectativas de futuro y de riqueza?

Entre sus resistencias y su necesidad, pues, se debate Europa. La crisis griega nos ha acercado al abismo, sí. También a la solución porque nos está acercando entre nosotros. Creo que al menos por esto le debemos un sincero agradecimiento, además, por supuesto, de por la contribución extraordinaria de la Grecia clásica a la visión occidental de la vida, que ha de ser vital para la nueva Europa.

Gracias a esta Grecia en quiebra de ahora, se ha sentido en la calle por primera vez de veras la idea de pertenencia a Europa. De forma dramática o incluso trágica, como corresponde a la Hélade, y zarandeados por el miedo económico, como corresponde a los tiempos que corren. Pero aunque sea a través de la cartera, la Unión ha entrado en nuestra cabeza, en nuestros corazones y en nuestras conversaciones. El contraste con el comienzo de la campaña electoral es evidente: se está reflexionando más sobre Papandreu que sobre Rajoy y Rubalcaba juntos. Europa con sangre entra, me temo que como casi todo. El hecho es indudable y hay que señalarlo como un paso importante en la forja de la unidad europea. Ya veremos qué pasa con el sufragio griego o no, que tanto miedo despierta entre los demócratas (y esta paradoja daría para otro artículo), con Papandreu, con la ayuda y con la quita. Pero que lo estemos mirando tan atentamente todos los europeos, es un avance auténtico. A los griegos, que fueron los primeros europeos, les ha caído en suerte por justicia poética (poética trágica) ponernos a todos en el disparadero, juntos.

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