NO hay manera. Ni un ministro prudente, ponderado y buen conocedor de la enseñanza como Ángel Gabilondo ha sido capaz de sacar adelante el Pacto Político y Social por la Educación que hace falta como el comer.

Le ha dedicado meses de trabajo y negociaciones a múltiples bandas, pero al final le han dejado solo con sus reformas. Cabe afirmar que si el plan Gabilondo, con 148 medidas y su correspondiente memoria económica -de la que han carecido proyectos anteriores- no es susceptible de promover puntos de encuentro entre los distintos partidos, ¿hay algo que lo sea?

Mariano Rajoy reconocía ayer mismo que en esa panoplia de 148 propuestas hay muchas sensatas, pero advirtió enseguida que son insuficientes, insuficientes para lo que el Partido Popular demandaba: un cambio de modelo educativo. Según su De Cospedal, el plan es más de lo mismo, la consolidación de la Logse, y no garantiza la libertad educativa, las enseñanzas comunes y la enseñanza del castellano en las comunidades bilingües. Nacionalistas gallegos e IU opinan lo contrario, que Gabilondo hace demasiadas concesiones al sector privado y a la uniformidad. Sindicatos de estudiantes y asociaciones laicas de padres están en la misma línea. El PNV, aprovechando el desacuerdo, anuncia que se baja en marcha del proceso de pacto. Al ministro le dan por todas partes.

No siempre con razón. En el amplio catálogo de medidas contenidas en el frustrado pacto se incluyen necesariamente algunas que pueden contribuir a mejorar un panorama educativo que tiene en el fracaso y el abandono escolar su perfil más desolador. Pienso, por ejemplo, en la implantación de itinerarios alternativos para los estudiantes en función de sus capacidades y vocación, la mayor exigencia de rendimiento al alumnado o el reforzamiento de la figura del profesor. Vienen a ser, en cierto modo, una rectificación de los aspectos más criticables del sistema educativo que los socialistas han defendido. Gabilondo ha dado marcha atrás en varios de los conceptos más queridos, y practicados, por ministros y consejeros autonómicos del PSOE que le han precedido. De poco le ha servido.

Seamos constructivos, y optimistas. Si no puede haber pacto, que haya pactitos. La fotografía del consenso en este asunto en el que nos jugamos en buena medida el futuro de este país quedará aplazada, quizás hasta nunca jamás. Pero mucho tiene que desbarrar el PP, y algunos otros, para no ir aprobando las normas concretas de sentido común que se les vayan planteando. La desgracia es que si sale adelante una ley con todos sus avíos durará hasta que otro partido gobierne e imponga la suya. Como ha pasado hasta ahora.

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