Frivolidad o filosofía

Quizá tanta pasión por el fútbol no sea una frivolidad sino una denuncia social

El servicio militar me sirvió mucho. Entre otras cosas, para entender los astronómicos salarios de los futbolistas galácticos: estaban muy mal pagados. Si lo que rige es la lógica del mercado y los profesionales cobran por la cantidad de demanda que generan, por las conversaciones que propician o por la utilidad de su trabajo, los futbolistas están peor pagados que los poetas. Lo constaté con tristeza, pero lo vi claro. Sólo el fútbol era capaz de llenar aquellas horas lentísimas y de sortear con espléndidos regates el catenaccio de la cadena de mando.

Y he seguido viéndolo hasta la final de la Champions. Si nos fijábamos, hay que ver cómo llegaba España a la ocasión. Un gobierno asediado por la corrupción de su partido; una moción de censura en la que el segundo partido nacional está dispuesto a aliarse con los partidos más disolventes; Albert Rivera, deshojando su margarita; el nacionalismo vasco ganando protagonismo; el catalán echado al monte; y, finalmente, esos problemas de fondo (deuda, principios, educación, pirámide poblacional) que nadie atiende. Así llegaba España y el país va, se paraliza y focaliza su energía en un partido de fútbol. Las bromas de que lo que más enfada a Rajoy de la crisis política es que le haya dejado sin ir a Kiev retratan un espíritu. No en vano Rajoy presume de gran lector… del Marca.

Del fútbol, me interesan las gradas y me intriga el fenómeno: ¿es frivolidad o es filosofía? ¿Se trata del famoso circo con pan de los romanos, o sea, de evadirse? ¿O tanta pasión por el fútbol implica una denuncia implícita de todos estos problemas políticos, constatando que no tienen la entidad ni la categoría suficiente como para preocupar de verdad a los españoles? No quisiera pecar de equidistante, pero creo que esta ocasión estamos ante un fifty-fifty de libro. Nuestros problemas son tan graves que merecerían una preocupación apremiante y obsesiva, pero las formas de afrontarlos (o de fomentarlos) propician que la gente encuentre más nobleza y más categoría en un partido de fútbol.

Una misión (imposible) de los poetas y de los pensadores sería demostrar que hay más emoción y rivalidad en los partidos de la trascendencia. Yo no me resigno, por ejemplo, a que la justa alegría de la Copa del Madrid eclipse la tristeza por la aprobación del aborto en Irlanda; aunque asumo que, con estas extravagancias, no vaya a tener un sueldo galáctico jamás.

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