Hoy todos somos frikis. O podemos, al menos, aspirar a serlo, sacar un aprobado en un examen de ingreso. Tal vez no haya leído a G. R.R. Martin pero ha visto con ansia Juego de Tronos. Puede entender todas las bromas de Sheldon Cooper. O sabe quién viaja en el tiempo y tiene dos corazones. Sabemos que Sueño y Muerte son hermanos. Todos sabemos, por amor de Dios, qué cara tenía Guy Fawkes o a quién no quieres enfadar. Son sólo unos pocos ejemplos de muy pocos universos. Lo friki, lo realmente extraño, sería toparse con alguien que no supiera nada de ellos. Algo que nos situaría en una especie de, digamos, Alonso de Entrerríos andante (je). Yo pasé la adolescencia en una época, queridos niños, en la que el Frikiverso no era del todo moneda de cambio corriente. Lo friki aún podía ser fuera de norma. Por eso me gusta que exista un Día de la Toalla: sirve para recordarnos el valor de lo raro, del raro. Sea este como sea.

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