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DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

Franco, Franco, Franco

ME contaron de un concierto donde cientos de jóvenes gritaban enardecidos: "¡Franco!, ¡Franco!, ¡Franco!". No se alarmen: el concierto era de Franco Battiato. Pop aparte, el hecho tiene una lectura política, pues estaba claro que aquellos jóvenes ya no recordaban al anterior jefe de Estado. ¡Qué lejos quedaban los tiempos en que hasta usar el adverbio francamente despertaba oscuras asociaciones de ideas!

Franco -no Battiato, sino Francisco- había declarado que él respondería ante Dios y ante la Historia. Esa frase puede sonar a cínica a los ateos, pero para un creyente es bastante seria. Y en cuanto a la historia, que la juventud fuese olvidándolo, como demostraban los fans de Battiato, era una sentencia lógica, en la que vencía la transición democrática y el implacable futuro. Sin embargo, el juicio matizado de algunos historiadores, a medida que aumentaba la perspectiva histórica, empezó a inquietar mucho a los antifranquistas profesionales, que veían que también por ahí el general se les iba a morir en la cama. La ley de memoria histórica, entre otros móviles de estrategia partidista, quizá tuviese el objetivo de dejar atada y bien atada una sentencia condenatoria en los libros de texto.

Hasta ahora, ¿qué ha conseguido? Lo más importante, el resarcimiento de las víctimas, que es de estricta justicia, ya se había logrado muchos años atrás. Mantener que no se hizo gran cosa por ellas hasta la llegada de Zapatero, deja fatal, entre otros, a Felipe González y a sus largas y holgadas mayorías absolutas.

Como se ve en los telediarios, la ley nos ha devuelto al pasado, desempolvando viejas banderas y banderías. Lo cual, cuando tenemos más de cuatro millones y medio de parados, no deja de ser un alivio para el Gobierno. Tampoco hay que pensar que Garzón sea el gran damnificado. Recuérdese que tiene tres causas pendientes en el Supremo. Con la del franquismo, al menos puede posar de víctima. Más difícil lo tendrá con las otras dos, ni decorosas ni decorativas. Puesto a ser suspendido, a Garzón le conviene mucho que sea por su amnesia de la amnistía. Así queda intacto o se acrecienta su prestigio progresista.

Los auténticos perjudicados de todo esto somos los de mi generación y los más jóvenes. Crecimos en una democracia internacionalmente admirada y, de pronto, tenemos que convivir a cada paso con los fantasmas de los tiempos de nuestros abuelos. Se habla tanto de Franco, Franco, Franco que parece mentira. Mi primer recuerdo de la vida política española fue su muerte. ¿Quién me iba a decir entonces que nunca acabaríamos de enterrarlo? No nos lo merecemos, francamente.

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