Forges

Forges miraba a sus personajes con una piedad galdosiana, y siempre los investía de dignidad

Vi la primera viñeta de Forges en un ejemplar de la revista Hermano Lobo, hacia 1974, en los últimos años de la dictadura. Quizá era una viñeta de las dos mujeres de pueblo, la Blasa y la Cosma, no lo recuerdo, pero lo que sí recuerdo es que sonreí de una forma que no era habitual en aquellos años de miedo y de intoxicación ideológica. Porque uno se reía de las dos catetas de pueblo, sí, pero tal como las describía Forges uno nunca se podía burlar de ellas ni sentirse en condiciones de despreciarlas. Y eso, se mire como se mire, era algo muy raro en un país acostumbrado al humor cruel y al escarnio sanguinolento.

La última viñeta de Forges la vi el día que murió, anteayer mismo, en la tele que daba la noticia. Una mujer se acerca al marido dormido. "Son las siete, Mariano", le dice. "Que pasen", contesta el hombre desde la cama. Nada más. Habían pasado más de cuarenta años desde que vi la primera viñeta, pero las dos veces Forges logró despertar en mí la misma sonrisa, una sonrisa que no estaba contaminada por el odio ni por la rabia, una sonrisa limpia, una sonrisa que veía la injusticia de la situación retratada -la pobre mujer sirviendo de despertador a un idiota-, pero que también se identificaba con el pobre diablo condenado a levantarse cada día para ir a trabajar empujando papeles con la nariz. Un día sí y otro también, con el mismo jefe, el mismo sueldo, los mismos papeles, la misma pared, el mismo calendario. "Son las siete, Mariano". "Que pasen". Esa vana esperanza de driblar al destino que aleteaba en esa frase -"que pasen"-, esa finta léxica que desestabilizaba por completo la situación, haciéndonos ver todo lo que tenía de triste y absurdo y patético -e irresistiblemente cómico-: eso era Forges.

Forges miraba a sus personajes con una piedad galdosiana y, por muy ridículos que nos pudieran parecer, siempre los investía de una aureola de dignidad que al final acababa redimiéndolos. Esos personajes sufrían y se reían de una forma muy parecida a como sufríamos y nos reíamos todos nosotros. Es más, esos personajes éramos todos nosotros. Y cuarenta años después, tras una dictadura y una democracia y una terrible crisis económica, esos personajes seguían siendo como todos nosotros. Forges, en realidad, era un Galdós que hacía viñetas en vez de escribir episodios nacionales. No se me ocurre un elogio mayor que éste.

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