M style="text-transform:uppercase">E preguntan por la diferencia esencial entre los gobiernos socialistas y los populares. Los primeros destacan por su condición de excitantes, mientras que los segundos son ansiolíticos. Luego, vienen los datos, que, como datos, son siempre muy controvertidos, pero que, a vista de águila, inciden en lo mismo. La gestión socialista suele ponernos al borde de un ataque de nervios, sí, mientras que la de los populares nos acuna, a medias placidez, a medias placebo.

Es una verdad general y, por tanto, discutible. Es incontrovertible entre los votantes del PP. Cuando gobierna el PSOE, salen a la calle en manifestaciones masivas a protestar contra el aborto, por la unidad de España o por los papeles de Salamanca. Es tocar el poder el Partido Popular…, y toda esa justa indignación se pierde como una nube en el viento.

El PP puede subir los impuestos otra vez (y otra vez había prometido bajarlos), puede dejar idéntica la Ley Aído del aborto, puede mantener la política con ETA de Zapatero, puede invalidar las reválidas de Wert y puede mandar a Soraya Sáenz de Santamaría a negociar lo que sea a Cataluña, lo que es inquietante para los propios catalanes, por supuesto, y para todos. ¿Por qué un despacho en Cataluña de la vicepresidenta y no en Sevilla o en Santiago? ¿No supone reconocer un hecho diferencial y un trato diferenciado? ¿Hasta qué punto no es ya una cesión a los que se echan al monte, y que, como es lógico, crecidos, seguirán haciéndolo? Pero son cosas que, como las hace el PP, dejan adormilada a la parte de la población que suele indignarse por estas cosas (si las hace el PSOE).

Y como son las que gustan en el Partido Socialista, tengo que llegar a una conclusión un tanto salomónica (de retorcida columna salomónica). Si yo fuese progre, votaría al PP. Se les llama conservadores, pero son los conservantes de las medidas socialistas. Con el PP, yo, de ser un progre, conseguiría inocular por vía intravenosa mi programa ideológico y mi cosmovisión en una gran masa de votantes grogui que apenas reunirían fuerzas para aplaudir con satisfacción. Y viceversa. Alguien conservador (conservador, he dicho, y no conservante, ojo) preferiría que gobernasen los socialistas, como una forma de revitalizar, al menos, la sociedad civil, y excitar una reacción recia y contundente. Las horas bajas del PSOE son malas noticias para los cuatro conservadores que quedamos en este país.

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