Escuela pública

Manejar la educación es una tentación poderosa para políticos y demagogos, como sabemos desde Platón

Estupendo artículo, como suyo, el de Fernando Santiago defendiendo la escuela pública. Como operario del ramo, le quedo muy agradecido. Y coincido en la preparación y profesionalidad de sus profesores, en la importancia que tiene y en la necesidad de mejores medios, naturalmente, y de mayor prestigio.

Con lo que no termino de estar de acuerdo, como mío, es con la crítica a la educación concertada y a la privada. Confundir la defensa de la excelencia de la pública con los ataques a la escuela privada es como pretender mejorar la competitividad de una empresa exigiendo el monopolio. Considerar que el único criterio para escoger la privada y la concertada es, fuera aparte de la publicidad y el marketing, el esnobismo de los padres no es demasiado ecuánime.

La escuela pública se instala, en teoría, en la neutralidad ideológica. Siendo la educación que nuestro sistema ofrece "por defecto" (ojo a esta palabra), está muy bien que no fuerce la mano adoctrinadora. Sin embargo, a veces, se le va la mano al sistema, porque la educación es una tentación muy poderosa para políticos y demagogos, como sabemos desde Platón; y porque es muy fácil confundir la ideología de la mayoría con la verdad indiscutible y, poco a poco, dogmática. Con todo, aunque no le se le fuese la mano, es lógico que muchos padres, ejerciendo su derecho (natural, humano, constitucional e internacional) a elegir la educación de sus hijos, escojan, con uniformes o sin ellos, una formación distinta a la del común denominador, que es la que ofrece la pública, o distinta a la neutra. Paradójicamente, los uniformes, al ser cada uno de su colegio, son signo de policromía y diversidad. Sus colores son banderas como de El Napoleón de Notting Hill. Forzando el juego de palabras, la disyuntiva podría ser: o uniformados o uniformados, esto es, o los uniformes o la uniformación.

A partir de aquí, reconozco que utópicamente me gustaría una educación pública más audaz, que no renunciase a colmar los variadísimos legítimos intereses y aspiraciones (incluso sociales) de los padres. A fin de cuentas, padecemos una injusticia contable. Se ofrece a las familias un tipo de educación pública y, si quieren otra cosa, tendrán que pagarla (después de haber pagado sus impuestos). ¿No podríamos aspirar a una educación pública que pudiese ser tan escogida como los colegios concertados y privados? De ese sueño, hablaremos mañana.

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