Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Entender

NO pensaba escribir sobre el accidente aéreo de los Alpes. En él, no hay lugar para la opinión. Sin embargo, siguiendo las noticias por la radio, escucho la rueda de prensa de un responsable. La intérprete traduce: "Se están tratando de entender las causas del accidente". Al oírlo, el escritor que llevo dentro salta, movido por un resorte.

Siendo una expresión correcta, no es perfecta. Inconscientemente, el español prefiere decir que "se están investigando las causas del accidente". Es el fondo de nuestra alma, que, tras siglos de oro, es metafísica y teológica; y que puede derivar en escéptica, pero nunca en materialista. El idioma español sabe que las causas últimas del accidente escapan al entendimiento y que sólo podemos contentarnos con que la ingeniería las investigue, y nada más. En esto estamos unidos todos los hablantes de nuestra lengua: el escéptico, el agnóstico, el ateo creerá que esas causas superiores no existen y que, por tanto, son ininteligibles; el creyente razonará que existen, pero que escapan a nuestra inteligencia.

Es el tema de la gran novela (aunque pequeña de tamaño) El puente de San Luis rey, donde se tratan de entender las causas de una tragedia en las montañas. El libro lo escribió el norteamericano Thornton Wilder, que percibió que tenía que situarlo en España (Perú en el tiempo en que ocurre la acción lo era), quizá por ese diferencia filosófica entre las causas que tan bien registra nuestro idioma. Lo fundamental de la novela es que fray Junípero, el fraile franciscano dieciochesco discípulo de Spinoza que lleva a cabo el intento de comprender y desentrañar las causas últimas, fracasa estrepitosamente. Las razones de un accidente no pueden entenderse. El narrador omnisciente, correlato de Quien bien sabemos, nos demuestra, sin embargo, que detrás de cada vida -corta o larga- hay un sentido absoluto, que da el amor, y que es un secreto íntimo entre cada persona y Dios, inalcanzable para el resto.

Hay que investigar todas las causas del accidente para evitar que vuelva a ocurrir; pero el sentido final escapa irremediablemente a nuestro alcance de criaturas desoladas y atónitas. En eso estamos todos de acuerdo. Si ese sentido está en las manos de Dios, las víctimas del accidente lo saben ya con certeza; y muchos de nosotros se lo deseamos con plena confianza. Esto no podía ser, ya lo dije, una columna de opinión, sino una oración.

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