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EL ALAMBIQUE

Enrique / Bartolomé

Ejido de San Juan

SIEMPRE creí que la palabra que da título a esta columna se escribía con g. La costumbre de oír las palabras de una manera nos hace garabatearlas tal como nos suena, sin pararnos a pensar que significado tienen, o que han supuesto para cada uno de nosotros en nuestras vidas.

Dirán ustedes que a qué viene esta introducción tan enrevesada. Pues bien les explico, el que escribe hace ya más de medio siglo que nació justo frente al inicio de la carretera de Sanlúcar, por donde transcurría el ferrocarril que unía nuestra ciudad con las poblaciones de Rota, Chipiona y Sanlúcar. Por entonces se erigía en ese extremo de El Puerto en la cima del barrio alto, lo que todos lo que somos de aquí hemos conocido como el 'Egío de San Juan', justo donde acababa la empinada calle del mismo nombre. En un patio de vecinos, compartía mis primeros pasos con mi amigo Alfonso. Recuerdo con cierta distancia que cuando mi familia cambió de domicilio seguíamos visitando 'la casa del Egío' y que cada tarde, a eso de las cuatro oíamos la sirena del tren que se acercaba entre las, por entonces abundantes, tunas que rodeaban la vía.

La palabra Ejido tiene para mí significados de la infancia difíciles de describir, pero que concurren en la imaginación con la percepción que tenía cuando alzaba la vista en dirección a la finca de la belleza, recién iniciada la carretera de Sanlúcar. Y que tiene mucho que ver con la acepción que he podido encontrar en el diccionario: "campo común de un pueblo, lindante con él, que no se labra y donde suelen reunirse los ganados o establecerse las eras". Eran tierras de uso público, o al menos así me lo parecía, donde el campo, llegada la primavera, desperezaba todas sus galas. Margaritas campestres, amapolas y jaramagos trasladaban ese perfume que acompañaban desde nuestros amaneceres hasta la caída del sol por entre los pinos del oasis.

Han pasado muchos años y ya nada es igual. El tren de Rota desapareció, el horizonte nítido del campo en su estado más puro lo es menos tras ese hormigón armado que todo lo envuelve y las flores ya no emiten su olor. Del Egio de San Juan solo queda el recuerdo y esos versos del inolvidable José Luís Tejada: "Calle San Juan arriba / de tanto quererte tanto / cuesta abajo se me hacía.

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