EL escritor italiano Giovanni Papini pregunta en uno de sus cuentos: "¿Dónde está el director de orquesta del mundo?". ¡Había descubierto cosas en el mundo que no le gustaban y quería contárselas para que las cambiara!

Todos quisiéramos que lo que dice Papini fuera posible. Que hubiera un "director de orquesta del mundo", que tuviéramos su móvil y que pudiésemos decirle lo que no nos gusta para que lo cambiase.

Por desgracia, tanto Papini como nosotros nos vamos a quedar con las ganas: nuestro mundo no tiene un director de orquesta.

¡Y mira que tantas personalidades, tantos Papas y tantos hombres y mujeres de todos los tiempos hemos reclamado una autoridad mundial justa que organizara mejor el mundo en que vivimos! Pero ese deseo no se ha cumplido. El egoísmo de los países poderosos ha impedido que, por ejemplo, las Naciones Unidas hayan desempeñado esa función.

Ante tal falta de autoridad mundial el papa Francisco no cesa de lanzar llamamientos a los países más poderosos para humanicen sus políticas. Lo ha pedido a Europa, reclamándole que recupere su alma y su identidad de tierra hospitalaria, de acogida, y defensora de la dignidad de las personas. Lo acaba de pedir a Trump, al que recuerda que reza por él para "que sus decisiones estén guiadas por el compromiso de su nación para la promoción de la dignidad humana y la libertad en todo el mundo", y pidiéndole que la grandeza de su país siga "siendo medida especialmente en su preocupación por los pobres, los marginados y los necesitados que, como Lázaro, están de pie en la puerta".

¿Y nosotros? No somos ni directores de orquesta, ni presidentes, pero sí que somos instrumentos llamados a tocar, en sintonía con los demás, sin desafinar ni ir por nuestra cuenta, en esa orquesta que es la familia humana. Cada uno tiene su propia responsabilidad, como personas, padres, madres, educadores y ciudadanos, para que la orquesta suene armoniosa y el mundo funcione mejor. ¡Ojalá no suspendamos en esa misión!