El Diario de los abuelos

Es la herencia que recibimos de nuestros abuelos, es el abecedario que aprendimos a leer en sus casas

El Diario de Cádiz siempre fue el Diario de nuestros abuelos. Así como hay una novia con la que se descubre el primer amor, también hubo unos abuelos con los que se descubrió el Diario. Hay un momento duro en la vida, en el que crees que los Reyes Magos son los padres; pero hay otro momento sentimental en el que comprendes que el verdadero Diario siempre es el de los abuelos. Cuando nació el 16 de junio de 1867, tal día como hoy, hace 150 años, es probable que Federico Joly y Velasco cumpliera un sueño. Después fue más fácil, porque desde hace un siglo y medio, todos los Joly han visto que sus abuelos eran los dueños del Diario.

Yo lo descubrí hace más de medio siglo, junto a una radio de cretona. Entonces tenía el formato tipo sábana, y la tinta manchaba como prueba irrefutable de que lo habías leído. Conservo una foto del día de mi primera comunión, que se celebró con un desayuno en el salón de Viena, donde se me ve leyendo el Diario. Fue una premonición, decían algunos. Fue una consecuencia lógica, pienso yo. Era el día más feliz de mi vida, y por entonces ya lo leía casi todos los días. El salón de la pastelería Viena desapareció, pero nos queda el Diario.

Entre las visiones más impactantes que recuerdo, destaco otra de la infancia: noviembre de 1963, cuando fue asesinado John F. Kennedy. Don Nemesio, un profesor marianista del colegio de San Felipe Neri de Cádiz-Cádiz, nos enseñó el Diario, agitándolo, desde el segundo piso, mientras estábamos alineados en el patio. Ver la foto del presidente asesinado en las alturas, con el Diario que adquiría un matiz apocalíptico, me pareció un preludio del fin del mundo.

Sin embargo, el mundo de los diarios nunca se acaba; se renueva todas las noches para que amanezca cada día. Afirmar eso ya parece arcaico, porque ahora las noticias se conocen al momento, no es como en los tiempos de los telegramas de los corresponsales. Pero los bosques ecológicos siguen sirviendo para la verdadera cruz del periodismo; detrás del papel de prensa siempre late la esperanza de que el tiempo no huye en vano, de que todo lo vivido se ennoblece para que se transforme en historia.

Así el Diario es la herencia que recibimos de nuestros abuelos, es el abecedario que aprendimos a leer en sus casas, es el eco de aquellos besos robados por el tiempo. Y aún hoy el Diario será la nostalgia que le dejaremos a esas generaciones que lo leen en un ipad o un smartphone. Todo eso también procede del papel, de las sábanas que envolvieron los antiguos sueños.

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