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Día de la familia

La familia es el principal, a menudo el único, valladar que funciona ante los desvaríos de la modernidad

Con más indiferencia y olvido que pena, y sin gloria alguna, se recordó en España el martes pasado el Día Internacional de la Familia, una efeméride respaldada por la ONU con todos sus perejiles, pero que alcanza hoy menos repercusión mediática que el hipotético Día del Cangrejo de Río, porque no me cabe duda alguna que los defensores de tan imprescindible espécimen son hoy más activos y están mejor mirados que los de esa institución que ha pasado en pocas décadas de ser la más mimada y hasta manoseada por políticos y periodistas, al menos de boquilla, a la peor tratada. Un viejo amigo, solterón recalcitrante, lengua afilada y corazón de oro que intentaba a todo trance disimular, espetaba a la mínima: -¿Familia? La Sagrada y colgada en la pared. Pues eso, o mejor ya ni eso.

Los enemigos declarados de la familia, a la que motejan de tradicional como si con ello expidieran su certificado de defunción, son muchos y tienen razones sobradas para serlo. La familia es el principal, a menudo el único, valladar que funciona ante los desvaríos de la modernidad, de ese individualismo desbocado e irreflexivo que constituye la principal herencia maldita del maldito sesentayochismo que ha convertido a Occidente en una sociedad terminal en el tiempo récord de cincuenta años. Pero lo que sorprende no es la saña del enemigo, sino la estupidez de los que se declaran amigos y, al menos en España, han permitido la práctica liquidación del no hace tanto floreciente movimiento familiar. Que los políticos no podían ver con simpatía algo que podía limitar ásperamente su capacidad de maniobra o manipulación social, era evidente más allá de estrategias oportunistas y electoralistas, pero que los responsables de ese gran movimiento lo uncieran a los intereses del PP y fueran incapaces de reaccionar cuando se vio que el señor Rajoy no estaba dispuesto a cumplir ni una sola de sus promesas, he ahí lo imperdonable.

Desvincular los intereses de la familia del gran combate cultural de nuestro tiempo, que tiene que ver con la afirmación plena e intransigente del derecho a la vida de los indefensos y desfavorecidos, nonatos y ancianos, y con la defensa a ultranza del modelo familiar basado en el matrimonio entre hombre y mujer, para agradar a quien sea, es firmar la sentencia de muerte a la larga de la institución clave de la sociedad tal como la hemos conocido. O de su irrelevancia e ineficacia.

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