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La esquina

José Aguilar

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Despotismo derrotado

Tres fallos: impuso su planes sin contar con nadie, lesionó la política más social y ha tenido que recular ante la calle

La Junta de Andalucía ha tenido que dar marcha atrás en la reordenación hospitalaria que había perpetrado en Granada, y digo perpetrado con toda intención. No es que el consejero del ramo, Aquilino Alonso, haya consumado un delito, pero sí una falta política grave. Tan grave que se ha colocado en la primera fila de consejeros relevables en cuanto haya cambio de Gobierno, lo que sucederá antes de acabar la legislatura.

La gravedad viene de varios factores. Uno, que Alonso ha tenido que recular, sentarse a negociar sin intermediarios con un líder ciudadano -el ya famoso doctor Spiriman- salido de la masiva protesta callejera y paralizar el traslado del Hospital Materno Infantil y, en general, todo el plan de reorganización de la asistencia hospitalaria en la ciudad. Ha sido una derrota ante la calle. Dos, que la falta política del consejero Alonso no ha afectado a una materia cualquiera, sino a la joya de la gestión socialista en la Junta, junto a la educación pero por encima de la educación. Arrimar a los recortes maquillados de estos últimos años -un dato objetivo: seguimos estando en la cola del gasto sanitario por habitante entre las comunidades autónomas- la espoleta de una reorganización percibida por los usuarios como una pérdida de prestaciones incita a cuestionar la calidad del servicio más esencial de cuantos presta el Gobierno andaluz. Atribuir las movilizaciones al oscuro propósito de la oposición política de resquebrajar la sanidad pública y favorecer al capital privado supone, por otra parte, admitir que no se tienen argumentos de peso, además de asignar al PP y Podemos una influencia social de la que carecen completamente.

Y, tres, la pésima gestión de esta crisis por el consejero de Salud revela un modo de conducta política basado en la prepotencia y el desdén hacia los ciudadanos. Lo ha reconocido el propio Aquilino Alonso al admitir que sus planes de reorganización no han dado respuesta a las demandas de pacientes y profesionales sanitarios. O sea, que han sido elaborados e implantados por los gestores del SAS sin contar con nadie, aunque animados por los mejores deseos y reconfortados por sus superiores conocimientos.

Esto tiene un nombre: despotismo ilustrado. Un gran bien para los pueblos en el siglo XVIII y una política impracticable en el siglo XXI. José Manuel Aranda, gerente del SAS, no puede actuar como el conde de Aranda, gran reformador de los Borbones.

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