Columna de humo

José Manuel / Benítez Ariza

Desertores

CADA uno vive donde puede y, dentro de sus posibilidades, donde quiere, o donde entiende que se vive mejor. Así hay que interpretar los datos del censo, que certifican que muchos habitantes de grandes ciudades han decidido trasladarse a otras más pequeñas. Y así hay que entender el hecho de que Cádiz haya perdido población un año más, a favor de otros municipios de su entorno. Hay quien lamenta estos datos, y los aprovecha para criticar a la administración de turno; y hay quien, como el ayuntamiento de Cádiz, se resiste a admitirlos y estudia el modo de refutarlos. Son maneras de intentar sacar partido de un hecho incontestable, del que las sociedades abiertas deberían más bien enorgullecerse: que sea la población, con sus decisiones libérrimas, la que genera realidades que sorprenden y desconciertan a los políticos, y no al revés. La gente quiere vivir en ciudades abarcables, y no en laberintos en los que, literalmente, se pasa uno la vida en trenes y autobuses, cuando no en atascos. La gente quiere vivir en lugares donde el precio de la vivienda y los servicios responda a la demanda de los usuarios, y no a la presión añadida que supone la presencia de sedes bancarias y empresariales y un gran flujo de población de paso. Y lo que los políticos debieran hacer con estos datos es actuar en consecuencia, contribuyendo a que las ciudades que todavía son habitables no dejen de serlo, y a que las que están en trance de crecer se doten de los servicios e infraestructuras necesarios.

¿Por qué, entonces, una ciudad tan abarcable como Cádiz, abierta al mar, de clima grato, y con una sociedad donde los lazos familiares y vecinales tienen todavía un gran peso, pierde población? Sencillamente porque estas evidentes ventajas quedan contrarrestadas por un cierto número de no menos evidentes inconvenientes; y porque las ventajas, en fin, también se encuentran en otros municipios cercanos, de manera que es fácil conjurar las dificultades específicas de vivir en Cádiz (el precio de la vivienda, la falta de perspectivas laborales, el bajo nivel de vida) sin perder el contacto con lo que la ciudad pueda tener para cada uno de sustrato sentimentalý Ésta es la teoría que sustenta y justifica al gaditano que ha decidido vivir en cualquier otro municipio de la Bahía. Eso no absuelve a las distintas administraciones de su parte de culpa respecto a la atonía de la ciudad, su falta de dinamismo social, sus claras carencias en infraestructuras y transporte.

No es raro que la gente, haciendo uso de su libertad y sentido común, busque mayor calidad de vida en otros lugares. Percibe uno en quienes lamentan este éxodo un cierto grado de reproche, como si los que se van fueran, en cierto modo, desertores. Es un argumento chauvinista. Y el chauvinismo, ya se sabe, es el último recurso de los desesperados.

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