Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Demasiado 'Hola'

ESCRIBÍ el retrato de un amigo de Madrid que pasó este invierno -¡tan inhóspito!- escribiendo un libro en una casa de veraneo de El Puerto. En honor a los vientos gélidos y para darle a la narración un temblor dickensiano, lo describí acurrucado en un cuarto de estar, sin calefacción, aporreando el teclado para desentumecer las manos y rodeado de ventanales que no terminaban de encajar herméticamente. Era un artículo inofensivo.

Ha encendido, sin embargo, el ardor de su familia (propietaria del inmueble) y de las innumerables amigas de mi amigo, que es divertido, soltero, guapo, joven y está muy bien conservado, quién sabe si por la refrigeración. Me paran por la calle para afearme la mención de la casa. Me echan en cara y sobre mi conciencia el alquiler de verano del chalet, que he puesto en peligro por lo de las corrientes de aire.

Cada vez que alguien se enfada con un artículo lo agradezco. La indiferencia sí que es gélida. Que alguien piense que, porque hablé de la humedad de una casa de veraneo en diciembre en El Puerto en primera línea de playa, va a dejar de alquilarla en agosto es un honor desmesurado. ¡Suponer que estos artículos míos son capaces de alterar al mismísimo mercado inmobiliario como si fuesen el ascenso de Podemos!

La casa de mi amigo Gonzalo Altozano, por cierto, es, en realidad, una mansión de ensueño, sita en la urbanización con más solera de la Costa Oeste, y con unas vistas hondísimas a un mar milenario. Para colmo de lujos, los inquilinos se alojarían, si lograsen alquilarla -que será casi imposible-, en el lugar donde se ha escrito un ensayo que pasará a los anales. Si yo cargué la tinta con el frío y la humedad era porque estábamos en invierno y por necesidades del guión. Y porque ignoraba que el personal ha leído demasiado Hola y sólo espera elogios, photoshop y posados exquisitos.

Hemos olvidado la gran lección de Cervantes, que tantos palos hace dar a su don Quijote, y se ríe de él, y lo trastabilla, y lo zarandea; pero lo quiere con locura, lo admira y lo eleva -así- a lo más alto de la literatura universal. Hablo de mi amigo y de su casa porque sé que él se ríe; pero lo serio es que aquí no sólo las injurias, sino las ironías las soportamos fatal. Si vienen del enemigo, como peor son las pedradas, nos resignamos, qué remedio; pero la crítica constructiva o la caricia agridulce, ay, no se conciben. Somos muy de bandos compactos.

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