Debate, ¿para qué?

La unanimidad en el PP es tal que no queda espacio ni para el debate de ideas ni para el contraste de valores

Imagino a Mariano Rajoy disfrutando de sus minutos de ostracismo. Hay que reconocerle que no tiene la vanidad de los focos. Que el protagonismo mediático se lo lleven los de Vistalegre, que ya se ve -desde el nombre del local- cómo les alegra ser vistos; y Susana Díaz y sus laberintos sucesorios de dilación casi hamletiana: ser o no ser, ésa es la cuestión. Rajoy, en cambio, quieto, parao. El congreso del PP, hecho a su imagen y semejanza, no dará más titulares que los consuetudinarios.

El día antes del congreso, Martínez-Maíllo, vicesecretario general de organización del PP, aseguraba que no sabía si Rajoy iba a nombrarle coordinador, como tampoco qué otras decisiones tomará el presidente sobre la dirección del partido. Incluso "el debate sobre las incompatibilidades no tiene excesivo recorrido porque, al final, es el presidente el que tiene que decidir quiénes son las personas y los equipos". ¿Para qué vamos a discutir?, venía a sostener; aunque, por el mismo precio, podría añadirse: "¿Y para qué montar el congreso?"

Es el espíritu del PP. Todos sus movimientos van dirigidos a aplacar todo movimiento. Cuando Pablo Casado habla de "transversalidad moral" ni se casa con nadie ni se cae del caballo. Esa transversalidad sirve para atravesar el congreso sin pisar ningún charco. "Hay determinados asuntos de 'mucho calado', que no son oportunos para un cónclave como el de este fin de semana. No es el mejor foro", aseguraba el joven dicen que más dinámico del PP.

Por eso, durante la preparación del congreso y en su desarrollo se han usado tretas reglamentarias y conceptuales para evitar el más mínimo debate o una votación. Los compromisarios pro-vida han visto diluirse en agua con azúcar sus propuestas contra el aborto, la eutanasia y los vientres de alquiler; se ha dejado, en cambio, el rótulo de "humanismo cristiano", no para definirse, para difuminarse; y se habla de "libertad de conciencia" para librarse, sí, de la conciencia que exige.

Mariano Rajoy ha asegurado a los españoles que "cuentan con la complicidad de un partido centrado y moderno, tan moderado en las formas como firme en los valores". Me temo lo peor cada vez que escucho la palabra "cómplice": me pregunto de qué. En su frase Rajoy ha deslizado otro de sus anacolutos: en realidad, el PP es un partido tan moderado en los valores como firme en las formas. Y, aunque yo preferiría los valores, así les va de lujo.

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