Su propio afán

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Cyrano

SI Cyrano de Bergerac volviera, yo sería el escudero de ese Quijote que no perdía un combate, menos el único que le importaba, que le atravesó el corazón. Su Dulcinea era dulce, pero existía, y se llamaba Roxana. Cyrano era un poco Góngora también, con su nariz superlativa. Quevedo no hubiese resistido la tentación de escribir un soneto burlesco a su nariz, para lo que le habría venido bien ser, como era, un consumado espadachín. El duelo hubiera resultado apasionante: dos duelos: el verbal y el de acero. "Y al finalizar os hiero".

El estirón de la campaña lo estoy viviendo en un recuerdo constante del mosquetero francés. La campaña del miedo se hace en Whatsapp, en voz baja, en privado; mientras que los carteles y las canciones son muy positivos. Muchos van cayendo: votarán tapándose la nariz, y me animan a seguir su ejemplo. Entonces me acuerdo de que tengo, como Cyrano, demasiado grande la nariz para tapármela. Ni con las dos manos. Aunque sé que me arriesgo a un duelo a muerte cada vez que lo confieso. ¡Cuánto valor nos echan los partidarios del voto del miedo!

Este artículo ya lo escribí. Me repito porque ver que, en una democracia madura, unos ciudadanos hechos y derechos se dejan arrastrar por el pánico me saca de mis casillas, como al mosquetero lo de su nariz. Ir por la vida arrugándose no pega con el origen clásico de este invento griego. Hubo fríos estrategas que en sus maquiavélicos despachos contaron con la cobardía en sus cálculos; y da cosa darles la razón tan milimétricamente.

Hay motivos bastante serios para asustarse, sí; pero hacerlo es inútil y contraproducente. El miedo tiene razones; no tiene razón. Porque jamás se parará con miedo al populismo, que lo crea y se alimenta de él, sino con coraje cívico, principios firmes, criterios claros y buena pedagogía. Asustándose quizá se le retrase dos o tres años, pero o se planta cara o podemos irnos preparando. Por la espalda, al finalizar nos hiere.

Cada cual puede votar lo que quiera, faltaría más, y por las razones que le parezcan, desde luego, pero si lo va a hacer tapándose la nariz, que no me lo cuente, por caridad; y que por vanidad, tampoco.

Creerá que nos parece que se la tapa muy digno por no oler al partido que vota, pero quién descarta el pensamiento de que lo que no quiere oler es su propio miedo. De un momento a otro se me va a escapar decirlo y, al finalizar, los hiero. (Y no quiero.)

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