Llega el tiempo de las torrijas, del incienso, de los capirotes, de los partes meteorológicos, de los varales pulidos, de las iglesias que se llenan de miradas, de las túnicas que se airean o se planchan, de los guantes negros que faltan, de los zapatos que aprietan, de los pirulines, de los itinerarios que se pliegan, de la cera que se pide... Llega el tiempo en el que una ciudad se viste de otra cosa. Y en el que muchos de sus vecinos tienen puestas miles de esperanzas. El tiempo de los que creen y de los que no entienden a los que creen. Y de los que no creen (o tienen sus dudas) pero gustan de una manifestación artística y popular, que aunque parezca una contradicción, es un hecho real. El tiempo de poner la atención en pasos, imágenes, cruces y bandas. El tiempo de los sentidos que huelen, miran, oyen, palpan y degustan. El tiempo que se detiene en lo que pasó hace poco menos de dos mil años. Disfruten o respeten. No hay más caminos.

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