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Rafael Sánchez / Saus

Cuentas de nuevos ricos

QUE somos unos nuevos ricos y un punto horteras se nos nota en todo, desde en la forma en que doña Vinagre se pasea por África mangoneando sobre cómo debe llevar el negro su casa a cambio de unos eurillos, hasta en las cuentas que aquí echamos en toda clase de asuntos con el absoluto convencimiento de que sólo es bueno lo que está muy costeado.

Hace unos días se expusieron unos datos sobre la inversión española en enseñanza, tanto pública como concertada, a través del indicador que ofrece el gasto anual por alumno, sencilla división entre la suma total dedicada al sostenimiento del sistema escolar y el número de presuntos beneficiarios, es decir, de niños. Ha causado cierto revuelo en Andalucía la constatación de que en esto también andamos a la cola de España, por debajo incluso del habitual consuelo extremeño. Resulta que estando la media nacional en 5.299 euros por escolar en la enseñanza pública, aquí nos quedamos en los 4.211. Muchos son los que han querido encontrar en este dato la piedra filosofal que explica los disgustos del informe PISA y otros desastres cotidianos de las aulas andaluzas. Bastaría, pues, con aumentar el gasto, y hacerlo con buen criterio, para que la enseñanza mejorara automáticamente, y a eso se apuntan todos.

No tanto por reaccionario cuanto por viejo, me pregunto qué habría hecho Antonia, la joven con la que hacia 1960 aprendí las primeras letras en aquella especie de guardería serrana a la que cada niño llevaba su pizarrín y su sillita, si le hubieran dado 4.200 euros por cada uno de los mocosos que nos arracimábamos en torno a ella. Qué hubiera hecho mister Williams, profesor y propietario de la academia sevillana a la que pasé luego, que nos enseñaba inglés en unas preciosas cartillas ilustradas; qué don Joaquín y don Senén, maestros nacionales de las Escuelas de San Fulgencio, en la ciudad provinciana y meseteña, mapas multicolores en las paredes, gruesa estufa de leña en mitad de la clase y leche a granel en los recreos; qué tantos inolvidables catedráticos y profesores que vinieron después, aquí y allá, siempre en institutos que ofrecían un precario equipamiento y un nivel hoy envidiable en todas las materias básicas. Se vuelve a hablar mucho del respeto, de la disciplina y del esfuerzo como valores perdidos que urge rescatar en las aulas, pero se olvida con frecuencia que la modestia, que hoy se confunde con cutrerío, era la verdadera piedra angular del sistema y hasta de la vida.

No son despreciables 4.211 euros por alumno -de hecho, la enseñanza concertada en Andalucía recibe sólo 3.841 y logra mejores resultados-, aunque siempre parezca escasa la cantidad que se destine a educación y se deba aspirar a más. Lo que debería indignarnos no es la cifra, sino por qué se notan tan poco y por qué, como en las casas de los nuevos ricos, se emplean tan mal.

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