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Cuarto de Muestras

Camareros

Pocas labores generan más crítica y en verdad pocas son más sacrificadas

El merecido prestigio de los grandes cocineros en España no le ha seguido en consideración otro oficio, directamente vinculado a la hostelería, que consiste en saber atender a los demás cuando se divierten. Me refiero al gremio de los camareros. Pocas labores generan más crítica y en verdad pocas son más sacrificadas.

Imagino que la causa de que haya tanto camarero insoportable es precisamente que no son camareros. Quizás sea el trabajo que más intrusismo soporta porque se presume que cualquiera sirve para camarero y que no exige más preparación que la buena voluntad. Craso error.

Todos hemos vivido la experiencia de llegar a una gran ciudad y ver cómo un camarero te busca la mirada desde la barra tan pronto entras en la cafetería atestada a la hora del desayuno. No se les va un cliente y saben que el servicio rápido y eficaz es determinante. También hemos sufrido la pesadilla del camarero que no quiere vernos y que por más que le llamemos tampoco nos oye y que si se nos ocurre quejarnos, va y se ofende. Pues perdone, le decimos, convencidos de que a ese sitio no se puede volver. La versión contraria del camarero acosador tampoco es agradable.

No siempre la culpa está del otro lado de la barra. Alguna vez he pasado la vergüenza de ir con alguien que todo era queja y exigencias y malas caras y no saber pasar un buen rato.

Y es que no hay nada más impagable, que más fidelice que un buen camarero. Algunos días tomamos té a medio mañana en uno de los bares más feos de España. Para llegar desde el despacho, dejamos a nuestro paso unos cuantos bares atrás. Los dueños son chinos, algo que a priori no me atrae especialmente. Pues bien, la única causa de que seamos fieles al bar la tienen los dos camareros que atienden de la mañana a la noche. Nunca les he visto una mala cara. Ni tan siquiera cuando a uno de ellos que se llama Samuel, lo bauticé como Moisés (otro amigo me cuenta que él se equivoca y le dice Saúl). Nos ven acercarnos y ya me están preparando el té solo. Mi compañero Iñigo los vuelve locos y cada día les pide una cosa distinta pero, lejos de enfadarse, José Juan, bromea y trata de acertar lo que quiere. Si falta uno de ellos nos preocupamos hasta que lo descubrimos sentado al otro lado de la barra, servido por su compañero, tomando un café vestido de particular. Son amables con todo el mundo, hasta con quien no lo merece. Hoy toda mi gratitud es para ellos.

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