Estamos rodeados de cosas. Las cosas nos invaden y colonizan nuestra vida. Basta echar un vistazo a muebles y estanterías para descubrir las múltiples cosas que nos rodean, objetos por lo general inservibles que un día sirvieron para algo y que después, con el transcurrir de los años, devinieron en inutilidad. A veces, las cosas nos recuerdan buenos momentos y entonces, desempolvando la memoria, nos devuelven la felicidad perdida. Pasa, sobre todo, cuando las cosas trascienden su estado inmaterial para acercarnos a las personas, a amigos olvidados o perdidos por un inesperado vaivén de la vida. Si detrás de alguna cosa hay una persona, el objeto que decora la estantería cobra sentido y recupera su alma. Es entonces cuando esa cosa late a nuestro lado, respira y a veces dialoga con nuestro otro yo recordando la alegría con la que un día fue recibida. Da cosa reconocerlo, pero es así.

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