IBARRETXE se reunió ayer durante más de dos horas con alguien a quien hace cuatro días consideraba el jefe de los que torturan a los patriotas vascos. Literalmente: su partido votó a favor de una resolución con la que el Parlamento de Euskadi denuncia que el Gobierno de España ampara la práctica de la tortura.

Cualquier ser humano normal puede entender que si alguien va a recibirte en su casa no es conveniente llamarle canalla horas antes de la visita, aunque sea sólo por cortesía o cálculo. Cualquier político demócrata normal puede entender que ante una acusación de tortura concreta hay que esperar a la conclusión de la investigación judicial abierta sobre ella en vez de convertirla en acusación general sin pruebas.

Ibarretxe no lo entiende. Alguien ha dicho que al lehendakari le toca los días impares condenar la violencia terrorista y los pares proporcionarle una apariencia de legitimidad. El jueves estaba compungido en el funeral por el guardia civil malagueño asesinado en Legutiano y el viernes respaldaba la moción parlamentaria acusando a la Guardia Civil de torturar a los etarras detenidos y al Gobierno de ampararla. Finalmente, ayer, martes, acudía a La Moncloa a pedir comprensión y colaboración a Zapatero. Es decir, al jefe de los torturadores. Le ha tomado afición: era la novena vez que se encontraban a solas de manera institucional.

¿Comprensión y colaboración para qué? Ésa es otra. No para trabajar juntos en contra del terrorismo, no para devolver la libertad y la seguridad a tantos vascos amenazados y chantajeados, no para acabar con la vergüenza de que en la comunidad que él preside la oposición tenga que llevar escolta permanente. Nada de eso. Pretende que Zapatero le comprenda y le ayude a convocar un referéndum ilegal sobre una materia que no cabe en la Constitución, a sacar adelante un plan soberanista que divide a los vascos y que, en su forma inicial, ya fue rechazado por el Congreso tras haberlo aprobado por chiripa en el Parlamento vasco -gracias a los votos de los amigos de ETA-, a seguirle en una hoja de ruta que no lleva a ninguna parte, a salir del atolladero en el que se ha metido y al que un sector importante de su propio partido no quiere acompañarle.

La entrevista no podía acabar más que como acabó. Con un presidente defendiendo la legalidad democrática, y otro emperrado en saltársela y, encima, exigiendo que se le comprenda y se le ayude a hacerlo. Un presidente aferrado a la Constitución y sus procedimientos, y otro que sigue sin querer entender que el conflicto vasco existe, pero no versa sobre el derecho a la autodeterminación, sino sobre la libertad que a muchos vascos les ha sido secuestrada por una banda terrorista. El auténtico problema.

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