Columna en negro

Yo querría que mi columna se titulase hoy Elegía de Barcelona y que fuese toda en negro: un inmenso borrón

Tenía otro artículo para hoy, pero, tras el atentado de Barcelona, nada es oportuno. Sin apenas datos ciertos, escribo una columna ciega de dolor que no tiene que decir más que el desgarro. Alguna vez he contado que el brasileño Mario Quintana quiso publicar un artículo titulado "Elogio de la pereza" donde quedase en blanco todo el espacio de su columna. El director del periódico no captó la genialidad, y sugirió que él podía mandarle también un cheque en blanco a fin de mes. Quintana envío de inmediato un artículo muy trabajado sobre la pereza, escrito con el sudor de su frente.

Querría que mi columna se titulase "Elegía de Barcelona", y que fuese en negro: un inmenso borrón de tinta. Pero tampoco podrá ser, así que haré un apresurado artículo sobre los atentados, escrito con sudor no, con lágrimas.

De la necesidad de afrontar el terrorismo islamista sin posturitas ni eufemismos ya hablé en otras ocasiones. Ahora no tengo tiempo ni información para ninguna idea mía, y es mejor. Para insistir sólo en lo esencial y monocromo. Quisiera que no hubiese demasiados colores en nuestra reacción al atentado. Ni matices entre los distintos políticos ni canciones de colorines ni solidaridades fluorescentes. Quiero decir que hemos de fundirnos en negro, no en el negro del nihilismo, que es el de la bandera del ISIS, sino en el de luto, y en el negro de la seriedad de los cuadros del Greco y en el de la responsabilidad.

Nos piden que no compartamos fotos de las víctimas, y esa solicitud humanitaria, que aplaudo, viene, de alguna manera, a aumentar mi percepción de que toca el negro. Ni los coloreados deseos infantiles de paz universal ni tampoco los brillos desgarrados de las fotos de las víctimas. El negro.

A las consecuencias políticas y estratégicas también tenemos que exigirles ese tono. Se ha dicho que la mejor reacción frente al terrorismo es que no interrumpa nuestra vida cotidiana, pero no parece que esté siendo una buena estrategia. El alcalde de Londres sugirió que teníamos que acostumbrarnos al terrorismo como otra eventualidad de las grandes urbes. Y, en efecto, Occidente parece funcionar como un charco al que el terrorismo tira una piedra. Salpica, hace unas ondas concéntricas, y nada más. Enseguida todo vuelve a la calma. Hasta la próxima pedrada. Creo que tenemos que ponernos negros de indignación y exigir una actitud bastante más severa a nuestros dirigentes.

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