Polémica Cinco euros al turismo por entrar en Venecia: una tasa muy alejada de la situación actual en Cádiz

Su propio afán

Enrique García Máiquez

Columna en blanco

ESTE espacio debería ir en blanco, así que, si usted a bote pronto se salta a la columna de al lado, tiene mi permiso. Le computaré este artículo como perfectamente leído. Las manchitas de tinta que siguen son el peaje que tengo yo -usted es más libre- que pagar al convencionalismo y a la formalidad. Mario Quintana, el poeta brasileño, mandó un artículo titulado Elogio de la pereza a su periódico. Eran dos folios en blanco. Su director, hombre de firmes prejuicios, no admitió esa obra maestra de la descripción, y le obligó a escribir algo, que no quedó mal, aunque con menos fuerza.

Mi artículo en blanco es más humilde, porque lo es por vanidad. El que tenía escrito (¡y repasado!) no daba el nivel que usted se merece. Aunque también hay un punto (o dos) de hedonismo: nada me produce más satisfacción que tirar lo mío a una papelera, analógica o digital. Entonces sí estoy a la altura -aunque sea por debajo- que me marco como columnista. En todo lo que se publica hay un margen de auto-indulgencia. Un escritor sólo consigue su altura subido al montón de papeles arrugados que rechazó.

El que ahora yace en la papelera ha pasado, sin duda, a mejor vida. Hablaba de política, de las encuestas del CIS y de los asesores íntimos de Podemos. Creo que no tenía faltas de ortografía ni de sintaxis y aportaba un neologismo chulo para describir el proceso de contratación de asesores abierto por el ayuntamiento de Cádiz, que, tras recibir casi 500 solicitudes, acabó contratando a los colegas de siempre: un cierto "rekichineo". Pero una palabra, entre 450, es poca aportación. Y del trabajo de un escritor lo de menos es escribir: ha de aportar.

Como profesor yo arrastraba mi propio prejuicio convencional. Cuando un alumno me decía: "Me he quedado en blanco", pensaba: "Ya quisieras…" Generalmente, quedarse en blanco significa que le cayó lo que no se había estudiado. Ahora, por pura empatía, aunque yo me había estudiado las encuestas, estoy dispuesto a reconsiderar mi postura. Al alumno en blanco hay que reconocerle que ahorra al profesor un buen rato (malo) de corrección. Si usted ha llegado hasta aquí significa que, en cambio, yo no le he ahorrado la lectura, pero sí al que nos dejó, saltarín, en la primera línea. Espero que no le envidie usted demasiado, y tampoco dirá que no avisé. En todo caso, se ha librado de la enésima reflexión sobre las dichosas encuestas. Y algo es algo.

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