De poco un todo

enrique / garcía / mÁiquez /

Ciento por uno

Entro en una venta un viernes de cuaresma. Todas las propuestas vienen con su carne, pringá, chacina o chuletón. Cuando declaro mi intención de abstenerme, el camarero dice, más o menos, "mí no comprender". Oh, la descristianización de España.

Acabo comiendo unas deliciosas papas con choco en otro sitio. Y entre cucharón y cucharón, me sumo en muy amenas reflexiones. El ingenio se crece ante las dificultades, y hay una cocina magistral de cuaresma que tiene la solera de la tradición y el salero de cogerle las vueltas al canon. Doña Cuaresma guisa como los ángeles. Se niega a que echemos de menos a don Carnal, que ya tuvo su San Martín y su martes de Carnaval.

También aquí, pues, acaba Dios dándonos el ciento por uno. Cuando se hace el pequeño sacrificio de cumplir, se nos regala un riquísimo (por sabroso y por exuberante) muestrario de platos que se salen del carril de nuestras dietas consuetudinarias. Garbanzos con acelgas, sin ir más lejos, el viernes anterior, um, qué guiso tan redondo, tan entonado de colores.

Hay muchos para los que lo del ayuno y la abstinencia son tonterías y que aducen, cargados de razón, que se pueden tomar gambas y que así cualquiera. Claro: lo de la carne es un signo, y lo cortés no quita lo valiente. Caben otros tipos de sacrificios y de entregas en cuaresma. Hay almas heroicas que ayunan de internet o de televisión, por irnos a los casos más extremos. La abstinencia canónica cumple, sin embargo, una triple función la mar de interesante. Nos empuja a hacer, por contagio, los otros ayunos. Nos recuerda la muerte de los corderos y otros animales por alimentarnos, que es asunto grave. Y sirve de ocasión para que rindamos nuestro amor propio y obedezcamos a la santa madre Iglesia, que, como la madraza que es, nos manda cosas tan fáciles que parecen naderías.

Pero de naderías, nada. Y encima la abstinencia viene con el picante de ver cómo a los que están en contra de todo sacrificio les fastidia que disfrutemos tanto. El pescadito frito, las lubinas al horno, el bacalao dorado, el pil pil, las doradas a la sal, incluso el sushi, el marisco por supuesto, les ponen la carne literalmente de gallina. Si esos platos nos apetecen, se nos antojan, nos divierten... entonces, muy bien, vale. Cuando son a cuenta de la cuaresma, qué espanto, claman. Esta paradoja es una gracia más -aunque poco caritativa por mi parte, lo confieso- de la cuestión.

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