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La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Cataluña, hacia el desenlace

La única duda es si la protesta tras impedir el referéndum dura horas o días y si recurre o no a la violencia: lo demás está cantado

Sube la temperatura en el jartible conflicto de/con Cataluña. Se va sabiendo que los trabajos para la desconexión de España avanzan sin cesar (hasta los cartógrafos trazan las fronteras de la futura república catalana), se avisa de que en julio la Generalitat pretende ponerse a recaudar impuestos y se amenaza con adelantar el referéndum por la independencia, quizás aprovechando la ola de indignación inducida ante el juicio inmediato a Artur Mas y las imputaciones en trámite de otros mártires de la causa.

¿Qué va a pasar? Hay dos hipótesis. La optimista -sólo por comparación con la otra- indica que el referéndum, finalmente, no se celebrará ante la presión del Estado. Será sustituido por unas nuevas elecciones autonómicas -sí, otras más- que sólo servirán para que el presidente de la Generalitat sea Oriol Junqueras, y vuelta a empezar: nueva división en dos de la sociedad de Cataluña, nueva exigencia de consulta sobre la secesión, nuevo rechazo español. Un bucle de tensión y frustración.

Segunda hipótesis. Es la que desearía, probablemente, una mayoría de españoles hartos, y la que apuntan las noticias de estos días: el referéndum se convoca, el Gobierno lo recurre al Tribunal Constitucional, el TC lo declara ilegal y pide al Gobierno que adopte las medidas necesarias para impedirlo. Y esta vez el Gobierno, en vez de impulsar el procesamiento de los promotores como hizo cuando las urnas de cartón, asume las competencias sobre los Mossos y los manda a cerrar los colegios electorales.

No será un choque de trenes, como presagian los apocalípticos, sino el arrollamiento de una diligencia ilegal que no va a ningún sitio por la locomotora del Estado democrático. Pero, bueno, es indudable que ahí habrá un momento-fuerza. Su balance se conoce de antemano. Las únicas dudas versan sobre si la movilización de los secesionistas es muy amplia o no, si dura unas cuantas horas -como el levantamiento de Companys contra la República democrática en octubre de 1934- o se prolonga durante días y si las protestas se tiñen de violencia, lo que gustaría a los muchachos de la CUP -decididos partidarios del cuanto peor, mejor- y desagradaría a todo el electorado de la antigua Convergència.

El resultado, ya digo, está cantado, por inquietante que se presente el panorama: la derrota del nacionalismo rico enarbolado, con éxito relativo, por un grupo de ladrones en busca de un espacio de impunidad.

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