Ya sé que el nacionalismo sigue empestillado en su pulso a España y que hay algunas cosas que se han puesto aún peor, como la reválida de la mayoría nacionalista en las últimas elecciones, las grietas de la unidad de los constitucionalistas, la desfachatez creciente de Puigdemont o el desgaste del artículo 155. Los analistas más respetables nos avisan sin descanso. Pero yo no me puedo poner serio. Al menos, todavía.

Entre las carcajadas de Tabarnia y las lamentaciones por la fuga de las empresas, sigo percibiendo que el nacionalismo ha quedado, además de como Cagancho en Almagro, entre la espada y la pared o entre el muro y el foso, por usar una imagen aún más medieval, que es lo propio de los nacionalismos. Pongamos que los nacionalistas se mueven mucho y avanzan: o se dan contra el muro de la legalidad y de la economía o se caen al foso de la farsa de Tabarnia, una broma de relojería que les puede estallar en las manos con los argumentos de su propia dinamita a las primeras de cambios en el estatuto político de Cataluña. Véase a Puigdemont, danzando libremente por Europa, sí, pero para encontrarse con que los políticos daneses le dan la espalda y que Marlene Wind, la espada, lo descuartiza en una entrevista prácticamente vikinga.

Yo prefiero la risa con Tabarnia, porque es una risa franca, noble, divertida y reversible, a la la sonrisita cínica, retorcida, malvada de ver cómo se quedan sin las empresas (antes catalanas y ahora volanderas).

Aunque supongo que, más pronto que tarde, tendré que reportarme. Primero por interés y, después, por importancia. El interés del columnista es que el nacionalismo catalán siga dándonos hilo a la cometa. Hemos vivido muy bien gracias a ellos en estos últimos meses. Siempre dándonos materia de la que escribir y con unos lectores la mar de motivados en contra de sus cosas. Ayer hablaba de Dante y de Brunetto Latini y nadie me negará el empaque del tema, pero el interés de la gente se enfría tras ochocientos años de Divina Comedia. "L'avara povertà di Catalogna", en cambio, tiene el morbo de la rabiosa actualidad. Ahora, encima, "algo huele a podrido en Dinamarca".

Interés aparte, tengo que reconvenirme de tanta risa que hasta se me saltan las lágrimas. Por la importancia de la cuestión de fondo, por la debilidad del Estado en responder a un órdago en toda regla y porque el nacionalismo, no, pero España sí es una cosa muy seria.

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