Columna vertebral

Ana Sofía Pérez / Bustamante

La Blanca Paloma

PUEDO ser iconoclasta pero entiendo las fiestas de origen precristiano. Como el Rocío: una celebración donde a un sustrato de culto orgiástico a la tierra se superpone el cristianismo (era lo habitual). Lo que no me convence son otras cosas, como esas carrozas tipo casita de los tres cerditos, con macetas artificiales y barra de Tío Pepe. O los que en plan señorito van a través de la finca de Fulánez por no mezclarse con la chusma (que a veces hace hasta 50 km. a pie), con un catering privado de camarero titulado, pique de pata negra y un armario con docenas de trajes de flamenca porque es que, hija, cómo se pone una de asquerosa con tanto polvo. Todo ese negocio de batas de gitana que convierte la romería en pase de modelos: no se te ocurra lucir lunares gordos si pinta el castizo patchwork. Luego, la de porquería que dejan los romeros (hipótesis para instalación de gore sacrílego en ARCO: "Puerca piedad"), según los guardas del coto. Y la cobertura televisiva. Dan grima las misas retransmitidas como partidos de fútbol. Ahora el párroco Mínguez se dispone a leer el Evangelio entre la expectación de los fieles. Ahora Aurora Trujillo (exuberante morena a lo Romero de Torres) y su novio Álvaro Vélez (rubito borderline con pedigrí) harán las peticiones. Álvaro balbucea como si en su vida no hubiera leído más que una carta de vinos (qué poco muchacho para tan real hembra). La cámara enfoca a los que portan el Simpecado. En la imagen de unción sobreactuada de una mujer transida de emoción hay algo que resulta obsceno. Una figurilla retransmite desde su mini recuadro la misa para sordos (¿por qué no viste de gitana?) haciendo por señas la campanilla de la consagración y todo. Hay algo ridículo en los floripondios rígidos que rematan las cabezas femeninas dándoles un aire de peponas viejas (las que saben, llevan sofisticados tocados florales en cascada). Y el coro, tan lacio que hizo malage hasta la salve rociera. Estuve en Doñana una vez en otoño. Lloviznaba. En la marisma se reflejaba la ermita y pacían caballos marismeños. No hay nada más hermoso que la penumbra solitaria, húmeda y verde de un bosque de pinos. Nada que sugiera más lo sagrado que el misterio ensimismado de la tierra.

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