Con motivo de la rotonda rotulada con el nombre del escultor Álvarez Duarte, Ignacio Bermejo pedía ayer en San Fernando Información para nuestro Alfonso Berraquero un "algo" en su pueblo, que el escultor isleño ha enriquecido sobremanera y muy generosamente. Ignacio Bermejo es un hombre bienintencionado, bondadoso e ingenuo. Más de tres lustros después del entierro de José Monje Camarón de La Isla el Ayuntamiento no ha puesto la primera piedra de su Museo y, lo que es más grave, en La Línea siguen estando las cosas de Camarón esperando venir a su pueblo, en donde reposan sus restos.

Alfonso Berraquero es el artista menos artista que conozco. Quiero decir que siendo tan extraordinario imaginero y escultor, gozando de tanto prestigio artístico en España, es la persona más sencilla y negada de sí mismo que darse pueda. Es un cañaílla y ninguna otra cosa le gusta más que ir por su pueblo como otro vecino. Su sencillez personal es inversamente proporcional a su valía artística. Su Camarón del cementerio es una estampa mundial, sus imágenes procesionales de la Semana Santa isleña y de otras ciudades andaluzas, son un referente de la mejor tradición escultórica.

No puedo dejar de comparar esta figura del arte isleño con la del escultor gaditano Vasallo. En el Centro Cultural Municipal "Reina Sofía" de Cádiz, puede contemplarse su legado, donado por la familia del escultor a su ciudad natal. Un legado magnífico. El legado de Alfonso Berraquero debería exponerse también en una de las salas principales del Museo que algún día debe tener nuestra ciudad. Y los gobiernos isleños, al margen de su color político o su composición coyuntural, deberían pedirle a Alfonso Berraquero las esculturas, las estatuas, la contribución necesaria al enriquecimiento artístico de San Fernando. Por ejemplo con una galería de isleños preclaros y distinguidos. En la que José Llerena, Chato de la Isla, podía ser un primer ejemplo, pues el busto de Alfonso es absolutamente magnífico.

Habrá observado el buen amigo lector que orillo extenderme sobre la personalidad de Berraquero, sus cualidades humanas, su ingenio. Es como si no hubiera demasiado tiempo para trenzar estas filigranas y construir con urgencia el futuro necesario sobre alguien tan fabuloso como nuestro escultor. Mañana mismo lo llamaría yo (si fuera De Bernardo o su delegada de Cultura) para empezar a hablar sobre lo que hay que hacer para que La Isla dejara de una vez esta indolencia punible, esta incuria sobre lo propia.

Ahora, Alfonso Berraquero. Inmediatamente.

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