La firma invitada

Eduardo Corral García

Benedicto XVI, ¿en la hoguera o en la cruz?

PODRÍAMOS interrogarnos si los cinco años como Obispo de Roma de Joseph Ratzinger han servido, si hiciéramos caso a la mayoría de los artículos publicados en la prensa días atrás aprovechando los escándalos provocados por (algunos) curas pederastas, para situarlo en la hoguera de la inquisición mediática por la supuesta mala gestión de los problemas a los que ha tenido que hacer frente, o si, por el contrario, hay que concluir que, como su primer antecesor, Pedro, no ha tenido más remedio que situarse en la Cruz para confirmar a sus hermanos en la fe y cumplir con su misión de ser luz de un mundo en una crisis no sólo económica, sino de valores, como parece que todos admitimos, pero sin saber muy bien cuáles son esos valores que hay que recuperar.

Veamos. En primer lugar, frente a quienes le califican de orgulloso e inquisidor, ¿cuál fue su reacción al verse escogido para ocupar la sede de Pedro? Reconocerse como un instrumento insuficiente para llevar a cabo una tarea… que no esperaba realizar, ya que en varias ocasiones había solicitado a Juan Pablo II que le dejara abandonar su cargo en la Santa Sede para retirarse a su Baviera natal y dedicarse a lo que más le gusta, escribir sobre teología (por eso no pudo concluir hasta dos años más tarde su libro sobre "Jesús de Nazaret"). ¿Alguien con 78 años está deseando realmente acaparar poder, si es que fuera ése -que no lo es- el sentido del Papado? No; ha asumido una carga que no entraba en sus planes.

En segundo lugar, ¿cuáles han sido los temas de sus encíclicas, es decir, sus propuestas de mayor calado dirigidas a todos los hombres y mujeres de buena voluntad? La primera y la tercera encíclicas -Deus caritas est y Caritas in veritate- están dedicadas a la fuerza que mueve el mundo: la caridad, que no es otra cosa que aquello que nos hace felices: amar y ser amados. Y junto al Amor, de modo inseparable, la Verdad, que impide que el amor se quede en un plano egoísta y sensual (eros), sino que lo eleva hasta la entrega al otro y a la sociedad entera (agape): "la caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. El amor -caritas- es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y testimoniarla con la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad".

Y ha dado ejemplo: defender la verdad sobre la necesidad de proteger el derecho a la vida de los mas débiles, el matrimonio entre hombre y mujer abierto a la vida frente a ideologías que pretenden disolverlo, y la libertad de educación a la que tienen derecho los padres frente al abuso del Estado que quiere formar la conciencia moral de sus hijos, le ha colocado en el centro de la diana de los ataques de quienes postulan una configuración relativista y laicista de la sociedad.

Al igual que unos padres, si realmente quieren a sus hijos, van a tener que decirles muchas veces que "no" a sus caprichos y ayudarles a transitar por la senda del cumplimiento del deber hacia sí mismos y hacia los demás, el Papa, Padre de la Cristiandad, no anuncia un camino fácil y cómodo que se atraería fácilmente el aplauso de la opinión pública, sino que nos propone a todos un sendero angosto y empinado, pero que lleva a una cima mucho más alta que el Annapurna que ha hollado Edurne Pasabán: la esperanza de encontrar el Infinito, el Absoluto, que colma todas las aspiraciones del corazón humano, que muchas veces en épocas pasadas ha sido engañado por quienes le han prometido el cielo en la tierra para encontrarse con un verdadero infierno. Nuestro mundo actual es un desierto de amor, verdad y esperanza, tema de la segunda encíclica, Spe Salvi, "donde los egoísmos personales o de grupo prevalecen sobre el bien común, donde se corre el riesgo de acostumbrarse al odio fratricida y a la explotación del hombre por el hombre, donde las luchas intestinas dividen grupos y etnias y laceran la convivencia y donde el terrorismo sigue golpeando, donde falta lo necesario para vivir, donde se mira con desconfianza un futuro que se está haciendo cada vez más incierto, incluso en las naciones del bienestar". Por eso, con toda la fuerza de su inteligencia humana y de la gracia de Quien realmente le impuso esa carga que no quería llevar, nos anima a todos, creyentes y ateos, agnósticos e indiferentes, a que vivamos "con espíritu de auténtica solidaridad, ya que si cada uno piensa sólo en sus propios intereses el mundo se encamina hacia la ruina".

Vivir como si Dios no existiera nos puede llevar a la ruina de nuestra civilización occidental, y recordarlo es otro de los motivos de la inquina contra el Santo Padre. Pero no debe extrañarnos: como ya advirtió El que eligió a la piedra sobre la que edificaría la Iglesia, "si me han perseguido a Mí, también os perseguirán a vosotros"; lo raro sería que el timonel de la barca frágil y azotada por temporales y marejadas tuviera el aplauso de las gentes cuando pone el dedo sobre la llaga, cuando nos señala nuestra propia responsabilidad en la construcción de un mundo más humano y más justo que pasa por la conversión del corazón (también de los sacerdotes pederastas, a los que ha advertido que responderán de su crimen ante Dios y ante los hombres). Pero eso no quita para que a los católicos nos duelan los ataques que sufre de un modo cínico y desaforado, y saltemos al ruedo para defenderle de quienes pretenden dar la puntilla a la única institución que en veinte siglos ha estado mil veces a punto de hundirse y, sin embargo, sigue a flote mientras imperios y civilizaciones han desaparecido. ¿Por qué será? No hay nada más apasionante que atreverse a buscar la verdad que propone este anciano de 83 años, que se apoya en el Único que tiene palabras de vida eterna, que pueden llenar de esperanza nuestros corazones en estos tiempos azarosos.

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