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Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Autocensura

NO se tienen en cuenta suficientemente las actividades extraescolares a la hora de evaluar la calidad educativa. Y son esenciales. La cultura es lo que uno recuerda después de haber olvidado lo que memorizó y la educación es lo que uno aprende con independencia (o a pesar) de programas y pruebas. Que los alumnos vean que las grandes cuestiones desbordan horarios, temporalizaciones y preguntas de examen es una emergencia educativa. Celebro, por tanto, que IES Santo Domingo del Puerto haya organizado una mesa redonda sobre el humor y la libertad de expresión. El tema es de altos vuelos, pero un centro educativo que fue un convento dominico y a dos pasos de la casa de Alberti y a tres de la de Muñoz Seca no tiene otro remedio que estar a esa altura.

Se habló de la autocensura. En los tiempos del autoservicio, también la censura, que no tiene un pelo de tonta, prefiere el "sírvase usted mismo". Los poderes interesados ahorran costes, como en las gasolineras, y no tienen que exponerse a dar la cara ni a ponerla agria. Encima, como en los buffets de los hoteles, hay quien se sirve muchísimo más de lo debido.

Con todo, antes de condenar toda la autocensura a bulto, conviene hacer dos o tres matizaciones pedagógicas, y más si se habla a alumnos de bachillerato. Porque buena parte de la buena escritura consiste en los límites que el autor se impone. En el plano estilístico es obvio. En lo ideológico, es igual. Cómo autocensurarse bien, ésa es la cuestión.

El quid está en saber qué. Y eso se descubre preguntándose, sobre todo, por qué. Si la autocensura nace de tamizar prejuicios, vale. Un amigo me reñía por no ser más duro (que lo fui) con Zapatero. Un día le pasé un papel de aquellos de recogida de firmas contra cualquier proyecto de entonces, y me contestó que él lógicamente estaba en contra, pero que cómo iba a poner su firma y su DNI. Ya. Le recordé que en el periódico yo pongo, además, mi foto. Desde entonces o comprendió mis esfuerzos por ser razonable y razonado, sin desertar de mis convicciones ni aflojar al defenderlas, o no mentó más la soga. La autocensura contra la que hay que rebelarse es la que impone el miedo a decir la verdad contraviniendo lo políticamente correcto o desasosegando con un argumento más descarnado o una imagen más audaz. El miedo está para vencerlo. No en vano la primera virtud de un escritor, con diferencia, es el valor.

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