Ni químicas, ni convencionales, ni misiles de largo alcance, ni balas, ni balines, ni tan siquiera perdigones. Va siendo hora de que la humanidad convierta las armas y sus cargas en objetos de museo, en ejemplos de la sinrazón de las guerras. Pero el ser humano se pelea desde siempre, desde que puso los pies en esta tierra sin paz. A un ataque irracional y detestable, como el ocurrido esta semana en Siria, se responde con el odio que desprenden los misiles cargados en tierras gaditanas. Poco ha tardado Trump en desempaquetar su particular Risk y desplegar el tablero en el que jugará con sus poderosas tropas. Y después vendrá más ira y más odio, porque la guerra no puede ser nunca la solución a los problemas del mundo. La guerra es el problema, el que arrastra refugiados y cercena el futuro de tantas personas. Las armas, contra el popular dicho, no las carga el diablo sino el hombre.

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