Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Afición vs. ultras

Nada tiene que ver con el deporte del fútbol ni con la política quien va de salvaje

Los días de fútbol pueden ser un laboratorio sociológico de privilegio, una experiencia gozosa en la que el sentimiento de pertenencia alimenta el corazón de esos niños que, bajo más o menos capas, casi todos conservamos. El gentío que conforma riadas de fiel infantería comparte la alegría y la ilusión, una mal contenida euforia y generosidad en el compromiso. Y sin distinción social ni cultural; ya tampoco de sexo, porque cada año crece la proporción de mujeres que participan en la emoción del partido y sus previas… o en la desazón del epílogo, en caso de derrota. Pequeños con sus padres, grupos de amigos, las fidelísimas peñas de pueblo. También los adultos más inocentes, que ese día, con su bufanda y su camiseta, son uno más. La afición da color al comercio del barrio. La hinchada puede ser maravillosa.

Pero la jornada de fútbol tiene su cara B: una parte de la hinchada es siniestra. Puede contener lo peor de cada casa o reciclar a segundones. Son un subproducto del fútbol que, junto con la mercantilización, el fraude y los personajes de dudosa condición, envenenan el microcosmos del balompié. Suelen denominarse ultras, y aunque ninguno tiene ni idea de qué significa izquierda o derecha, suelen adscribirse en bloque a uno u otro signo: radical y ultra, forma parte de su cosmética. Vaya por delante una certeza: nada tienen que ver con el juego y el deporte de once contra once, y compromete su condición de espectáculo. Da igual la ciudad: busquen en internet Mapa ultra del fútbol. De nuevo el pasado sábado, esta vez en Sevilla, el día anterior al derbi local dos bandas de descerebrados se dieron cita para pegarse, portando toda clase de objetos para agredir, incluidas hachas. Es curioso, no suelen matarse. Pero sí suelen irse de rositas judicialmente. Ser detenidos un rato les dará rango en el grupo. Cuentan con que se gastarán dineros públicos en dedicar a la Policía a ser actores de su puesta en escena.

No hablamos de todos los que animan detrás de las porterías, sólo de algunos. Para cuándo un plan de erradicación de este tipo de criminalidad que amedrenta a aficionados y a los vecinos cuya calle eligieron para mearse, emborracharse, meterse de todo, quemar papeleras o manosear a chicas desavisadas. Cuidadito con decirles nada: desprotección y falta de castigo. Una propuesta revolucionaria: establézcanse convocatorias de combate periódico, en recinto cerrado sin Policía alguna, donde se ajusten sus supuestas cuentas, más allá del teatro que amarga el dulce al buen aficionado (y a quien paga sin rechistar su IBI y la tasa que haga falta).

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