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La meridiana

Juan Luis / Gutiérrez / Abogado*

La Aduana

Parece que la Aduana se ha salvado de la picota, por ahora. Entre tanta polémica sobre su derribo o no, me vienen a la memoria los años pasados y sufridos entre las cuatro paredes de ese edificio. La Aduana ha sido un símbolo de la actividad portuaria. Plantada de cara al muelle, aunque a veces llegué a pensar que estaba allí, ex profeso, para darle la espalda, para poner todas las trabas del mundo al trabajo portuario.

No sé cómo será ahora, supongo que bien distinta de la que yo conocí entre los años 1974 y 1992. Hace más de treinta años tuve mi primer contacto con ese edificio, no tenía ni idea del papeleo qué hacía falta para el trabajo portuario, ni de lo qué era un despacho de aduanas, uno de los primeros trabajos que me encomendaron: esto es, preparar los documentos aduaneros exigidos para que un buque pudiera atracar, trabajar y salir del muelle de Cádiz. Con el paso del tiempo, aprendí y, a pesar de ello, odiaba con todas mis ganas tener que hacer esta gestión administrativa.

La Aduana era, entonces, antes de que la transmisión electrónica de datos y de documentos ni se nos pasara por la cabeza, un escollo, una barrera a la que enfrentarse. En aquellos días, todo se hacía con la Olivetti y a golpe de calcetín pateándonos el muelle. La Aduana era un hervidero de gente, de un lado los despachantes de consignatarios y agentes de aduanas, luego llegaron los transitarios, todos haciendo frente a los funcionarios, e intentando conseguir a tiempo los papeles para un embarque de plátanos, vino o aceitunas y aprobación de entrada o salida de un barco.

No todos los funcionarios eran igual, pero haberlos había quienes favorecían a unos y perjudicaban a otros. Muchos de aquella época pueden dar fe de ello: en la Aduana se sufría en muchos casos la arbitrariedad, tiranía, despotismo, parcialidad y abuso de autoridad, de aquellos tiempos. Así que, por ello, voto por el castigo de la picota.

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