DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

Adiós 2009

LLEVO una semana batiéndome el cobre por el 2009. La gente se apresura a enterrarlo sin una furtiva lágrima. "Vaya año", gruñen. A moro muerto todo son lanzadas, como se decía cuando no gastábamos tanta preocupación por el lenguaje políticamente correcto. Aunque a mí me ha dejado una alegría inmensa, le debo también una herida que no ha cicatrizado ni lo hará. Encima, ¿quién no está de acuerdo en que ha sido un año durísimo de crisis económica, que en política internacional hemos hecho el indio, que la política nacional anda patas arriba y que, mire uno donde mire, estemos peor que antes?

Yo no lo defiendo, pues, por sus propios méritos, sino porque la culpa no es del número ni del taco del calendario y, sobre todo, por rechazo al pensamiento mágico, que es lo que late por debajo de estas ansias colectivas de darle finiquito. Se piensa que la noche de San Silvestre realizaremos un conjuro colectivo que encerrará al año maléfico en una botella (bien vacía) de champán, le daremos una vuelta de segundero con las doce uvas y, herméticamente cerrada, la hundiremos en el fondo del mar del tiempo hasta más ver… Con el 2010, sale a flote la ilusión de la vida nueva, que es algo que todos esperamos, y cuanto más viejos, más.

Como símbolo es bonito y una ocasión para coger impulso y hacernos buenos propósitos, siempre y cuando no nos creamos lo de la magia borragia. A la crisis económica el uno de enero le importa un comino y, mientras no se hagan las reformas estructurales y los ajustes necesarios, seguirá rugiendo ahí fuera y cobrándose su tributo constante de parados. La política exterior es indiferente a la cábala del 9 o del 10 y continúa estando, ay, en manos de Moratinos. Con el nuevo año el Tribunal Constitucional sólo suma otro más de retraso a su sentencia sobre el Estatut. En lo personal, los propósitos no empezarán de cero: tendrán que enfrentarse a nuestras resabiadas inercias astifinas.

Mientras tanto, indiferente a todos los argumentos que desarrollé en su defensa, el 2009 ha mordido, como las alimañas más salvajes, la mano que le estaba dando de comer. El día 23 me ofrecieron ostras y, por no hacer un feo a mis anfitriones, deglutí una. No sé si fue la ostra o la aprensión, pero me ha sentado de pena. La Navidad ha sido feliz por razones estrictamente teológicas, porque mi cuerpo no estaba para villancicos de ningún tipo. Y tengo para una semana, me han diagnosticado. Exactamente para lo que queda de 2009. Todo parece indicar que, a pesar de mis teorías, la noche de San Silvestre terminaré brindando alborozado por el final del añito. Eso sí, con Primperán.

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