"La he dao", gritó el chaval.Y efectivamente la había dao de lo lindo. El bicho hociqueaba sangre junto al misil en forma de ladrillo. Con la rata paralizada por el impacto cayó sobre ella una lluvia de piedras y, mientras el animal se hacía pulpa, la pandilla gritaba: "¡Es grande como un caballo pequeño!" Pude sentir horror, pero qué iba a decir ante el linchamiento infantil cuando brigadas de amigos organizábamos matanzas en la población de cucarachas en el parque junto a mi casa con un bombardeo de pisotones. O aquella vez, ¿te acuerdas?, que metimos una avispa en un tarro con hormigas rojas y al principio morían las hormigas y luego en qué quedó aquella pobre avispa agonizante. Odiamos a esos bichos, no nos preguntemos por qué. Son repugnantes. ¿Por qué una rata es repugnante y un ratoncillo no o por qué una cucaracha es un asco y un grillo no? Odiar, sentir asco es irracional. Y sí, las ratas dan asco. Pero esa rata me dio lástima.

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