Sabíamos que Miquel Iceta era buen bailarín, poseedor del ritmo sesentón, movimiento circular de cadera sin hula-hop, yenka con tocata y voz de falsete a lo Mercury. Sus rivales se burlaban de él por ello pero no se habían atrevido a reírse de su supuesta homosexualidad hasta ahora. De Iceta me preocupan muchísimo más sus vaivenes constitucionalistas que sus gustos personales y por eso me han molestado profundamente los tuits de Jordi Hernández Borrell, director del Instituto de Nanociencia y Nanotecnología de la Universidad de Barcelona. Esos "repugnantes" mensajes fueron hechos públicos recientemente y demuestran el odio de base, la podredumbre moral y la homofobia infantiloide de un docente independentista.

¿Y cómo atacó este sesudo defensor del procés al líder del PSC? Hablando de tragaderas y esfínteres dilatados, que evocan a sepulcros blanqueados. Eso de meterse con el mariquita, con el afeminado, con el débil (y no digo que Iceta lo sea) suena a chiste de Arévalo y resulta inaceptable y delictivo en este siglo XXI. Que un cualquiera exhiba sus prejuicios desde una red social no deja de ser dolorosamente habitual. Quizás el problema sea que Twitter le ha dado un carguito a muchos Jaimitos. O Jorditos.

Pero, además, si hablamos de anos exacerbados encontramos un puñado en la Cataluña separatista: desde el arrobado President que tomó las de Villa-Bruselas y que advierte a sus votantes de que volverá a España sólo si lo eligen nuevamente como máximo dirigente autonómico (todo un valiente, el señor Puigdemont, Molt Caganer del Ampurdán) hasta la timorata Carme Fortasec, entrando hecha un flan a la sede judicial: su aspecto desvalido demostraba la máxima dilatación intestinal que le provocaba la expectativa de lo que luego acabaría en libertad bajo fianza.

Qué fácil es atacar a un adversario gay llamándolo maricón, qué grotesco resulta acudir a los lugares comunes de la escatología catalana desde una tarima cobarde y virtual; qué sencillo resulta, del mismo modo, agredir a una mujer de palabra, obra u omisión. Porque la facción independentista, faltona, homófoba y machista, hundida por las encuestas de intención de voto y sus dirigentes de opereta, sale a la pista de baile con las suelas enceradas a dispararle también a Inés Arrimadas, la gran esperanza catalano-jerezana. Aunque Marta Rovira no tuvo ovarios de llamarla fascista a la cara en el programa de Évole, una señora mayor de pinta extraña le pidió que se volviera a Cádiz y un famosísimo actor conocido por Toni Albà la tildó de "mala puta" en una rima chunga escupida en su Twitter.

Estos insultos a Iceta y Arrimadas son producto de la frustración separatista, de sus constantes fracasos y ridículos, y dejan en evidencia su bajo nivel moral y su españolidad más radical, esa que siempre acaba aparcando en putas y en esfínteres.

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