Análisis

José Luis garcía ruiz

El parto de los montes

P RACTICANDO ese deporte tan reposado que ha recibido el nombre de zapping aterricé hace unos días en un documental, no recuerdo si del canal Odisea o Discovery, perteneciente a una serie sobre los grandes puentes del mundo. No pude sino asombrarme cuando, tras el puente sobre el estuario del Tajo en Lisboa y el del gran puerto de Singapur, apareció una modesta pasarela peatonal con carril bici construida para cruzar un pequeño río inglés. La pasarela en cuestión había sido inaugurada por la misma Reina de Inglaterra en homenaje a la ingeniería británica: tenía un arco sobre ella de embocadura a embocadura, que le servía de contrapeso cuando un mecanismo la hacía girar para permitir el paso de pequeños veleros, quedando en esos momentos pasarela y contrapeso en el mismo plano. Pero lo que merecía su inclusión en el documental no era ese detalle técnico, sino que la pasarela había contribuido a hacer una población única y mucho más agradable de lo que hasta entonces eran dos barrios separados y cuya comunicación exigía un rodeo por carretera de casi cuatro kilómetros.

Y claro, me acordé de El Puerto. No pude sino imaginarme que ya estaba construida la pasarela que desde, aproximadamente, la calle del compositor Javier Caballero, al inicio de la avenida de la Bajamar, nos llevaba hasta la zona lúdica de la otra banda en un agradable paseo de diez minutos. Y me resultaba tan evidente cuanto y como esa pequeña obra mejoraría El Puerto que no puedo entender tanto retraso y desidia en su realización.

Cuando se repiten desplazamientosa países con nuestro nivel de desarrollo se comprueba como obras que son convenientes para el avance y mejora de las ciudades se llevan a cabo sin vacilación y sin demora. En nuestro país, en cambio, padecemos un ritmo mucho más lento. Pero esta lentitud no suele ser consecuencia de falta de dineros -a fin de cuentas somos la cuarta economía del euroy gastamos mucho en cosas superfluas- sino de la maldita superposición de administraciones, todas ellas con mando en plaza. Las ventajas en velocidad y frecuencia de desplazamientos en el arco ferroviario de la bahía se demoraron más de un decenio porque no pudo completarse el desdoblamiento de las vías debido a la tozudez de un ayuntamiento. Y las pasarelas del Guadalete van camino de eternizarse por la existencia de una denominada autoridad portuaria. Pero ¡por Dios! ¿qué queda margen arriba de la pasarela a la que aludo?. De un lado el muelle de un vapor que ya no existe y enfrente un muelle ruinoso que ocupa de vez en cuando algún barco cochambre abandonado. Margen abajo, y por tanto sin que la pasarela sea obstáculo, se encuentran el muelle de los catamaranes, el de atraque de la Belle de Cadix etcétera y, enfrente, la lonja y el muelle pesquero, la fábrica de hielo etc. Visualmente no se aprecia ningún inconveniente sólido para obstaculizar esta pasarela y cualquiera se da cuenta de cuanto aportaría al Puerto como ciudad de ocio y turismo. Cualquiera menos, al parecer y si no estoy mal informado, la autoridad portuaria. Y maleado al constatar otra evidencia de nuestro celtibérico modo, le digo a mi nietecillo que, con un poco de suerte y paciencia, su generación a lo mejor asiste a este nuevo parto de los montes.

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